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406 LOS IDEALES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS en un principio y ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén" ( 42 ). En verdad que éste es un himno a la Santísima Trinidad, como no encontramos en parte alguna otro más profundo, más piadoso y más filial. Francisco, que era él mismo todo "oración, alabanza y acción de gracias", exhorta a cielos y tierra y en especial a sus Frailes a glo– rificar, adorar y amar al Dios uno y trino ( 43 ). Ésta es la devoción del Santo de Asís. Pero esta devoción se dirige con preferencia a la segunda Persona de la divinidad, es decir al Hombre-Dios Jesucristo. Como es natu– ral, Cristo ha ocupado siempre un lugar de preeminencia en la piedad cristiana. Pero desde el tiempo de las Cruzadas, desde que la Cris– tiandad se vió llena por el pensamiento de reconquistar los lugares de nuestra Redención, parecieron volver de nuevo aquellos primeros tiempos en que los fieles eran llamados sencillamente "invocadores del nombre de Jesús" y "adoradores del Señor Jesús" ( 44 ). Dió prin– cipio el gran predicador de la Cruzada San Bernardo de Claraval; pero lo que estaba en germen en él y en su siglo "vino a desarrollarse en el santo mendigo de Asís y en él alcanzó aquel florecimiento cuyo aroma llenó el mundo" ( 45 ). No sólo la vida de oración, sino toda la vida de Francisco tiene a Cristo por centro en el más alto sentido de la palabra, según lo hemos expuesto en los primeros capítulos de nuestro libro. Lo que allí dejamos dicho puede resumirse en aquella breve frase de Tomás de Celano: "Con toda el alma tenía sed de Cristo únicamente; a él consagró no sólo todo su corazón, sino también todo su cuerpo" ( 46 ). Su devoción a Cristo encuentra su expresión en el "Oficio de la Pasión del Señor", compuesto por él ( 47 ). Con unos sentimientos tiernamente filiales y piadosos lo compuso de sal– mos tomados en su mayor parte de la Sagrada Escritura, y en parte hechos por él mismo, con el objeto de acrecentar en sí mismo y en (42) Regula I, c. 23; Opuse., LEMMENs, 57-62; BoEHMER, 23-26. (43) Muy bella y oportunamente escribe PAUL SABATIER (Vie de Saint Fran– pois d'Assise, edición 21, París, 1899, p. 295): "¿Estas ingenuas repeticiones no tienen acaso un encanto misterioso que se insinúa deliciosamente hasta el fondo del corazón? ¿No hay en ellas una especie de Sacramento, para el cual las pala– bras no son más que un grosero vehículo? Francisco se refugia en Dios, como el niño se arroja en el regazo de su madre, y en la incoherencia ele su flaqueza y de su alegría, balbuce todas las palabras que sabe, y con ellas no quiere más que repetir el eterno «yo soy tuyo» del amor y de la fe." (44) Cfr. FELDER, Jesus Cbristus, I, 3 ed., Paderborn, 1923, 331, 352, s. (45) HARNACK; Dogmengescbicbte, III, 380. (46)"Tota in Christum unum anima sitiebat, totum illi non solum cordis sed corporis dedicabat." THoM. CEL. II, n. 94. (47) Officium Passionis Domini, Opuse., LEMMENS, 126-148; BoEHMER, 107-122.
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