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4-02 LOS IDEALES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS Pero Francisco y sus hijos, en atención a su vida de apostolado, no podían en su mayor parte separarse del mundo, por lo cual para armo– nizar el carácter activo y contemplativo de su vocación procuraban establecerse cerca de las ciudades y aldeas, pero fuera de ellas. Ya a 3 de diciembre de 1224 les concede Honorio III el privilegio "de poder celebrar en sus lugares y oratorios sobre un altar portátil la misa y demás sagrados misterios, porque ellos evitan el ruido de las masas populares, opuesto a su vocación y habitan con preferencia ocultos en el retiro, para poder más fácilmente dedicarse a la oraci6n en el santo reposo" ( 29 ). Seguramente que Ubertino de Casale ha com– prendido bien el ideal del santo Fundador sobre este particular, cuando escribe: "Francisco nunca dejó de retirarse de tiempo en tiempo a su soledad, por más que aun andando entre los hombres noche y día se dedicaba a la soledad y contemplación, en cuanto eso era posible. Esta es la manera de vivir y de predicar que él ordenó siempre a sus Frailes. Por eso quería que los lugares de los Frailes estuvieran cerca de las viviendas de los hombres, para acudir celosamente a los próji– mos. Pero para preservarlos del trato demasiado íntimo con el mundo y conservar en ellos el apego a la tranquila meditación y a la oración, quería ser vecino de los hombres, pero de manera que continuara siendo un forastero; quería levantar su morada junto al pueblo, pero de tal modo que estuvieran viviendo fuera de las poblaciones en lugares de tranquila soledad" ( 3 º). Así, pues, por más importancia que Francisco daba al apostolado, sin embargo su principal cuidado fué el que sus discípulos cultivaran en primera línea la vida de oración. La gracia de la oraci6n, hada notar, debe ser deseada más que otra cosa cualquiera por el religioso; y como estaba convencido de que nadie sin ella puede hacer progre– sos en el servicio de Dios, estimulaba por todos los medios posibies a sus Frailes al fervor en la oración ( 31 ). Los instruía él mismo en la oración ( 32 ); los exhortaba a evitar todo aquello que pudiera dismi– nuir la disposición de las almas para la oración, aunque no fuera más que una conversación inútil fuera de las horas de oración ( 33 ); estimu– lábalos sobre todo con su ejemplo a luchar sin descanso por alcanzar la gracia de la oración. Así educó aquella selecta familia de hombres de oración, de que (29) Bula Quia populorum tumultus, Bull. franc., 1, 20, n. 17. (30) UBERTINus, Arbor vitae, lib. 5, c. 3. (31) "Orationis gratiam viro religioso desiderandam super omnia firmiter asse– rebat, nullumque credens sine ipsa in Dei prosperari servitio, modis, quibus pote– rat, fratres suos ad eius studium excitabat." S. BoNAv., c. 10, n. l. (32) THoM. CEL., I, 45. (33) !bíd., II, n. 160.
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