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400 LOS IDEALES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS Greccio, junto a Rieti, hacia Celle junto a Cortona, hacia los Carceri en el monte Subasio, hacia Sartiano, Alverna y otros lugares benditos, que continúan viviendo en la historia del Santo y de sus discípulos, como oasis de seráfica paz y de íntima unión con Dios. Hacíase cons– truir una pequeña celda bajo una roca prominente o en lo interior del bosque, donde pudiera deleitarse en celestial devoción, estando cerca de sus Frailes, pero sin ser estorbado ( 21 ). Por la mañana se dirigía a su soledad, pasaba todo el día en oración y por la noche volvía a los Frailes para tomar alimento. Pero no había que esperarle a cenar a hora fija, porque su espíritu quería gozar hasta el fin las dulzuras de la contemplación, antes de que el cuerpo hiciera valer sus derechos ( 22 ). A nadie descubrió lo que en esos días pasaba entre Dios y él ( 23 ); cuando venía de la oración ponía sumo cuidado en aparecer del todo igual a los otros, sin descubrir el ardor interior, que casi lo había transformado en otro hombre ( 24 ). Decía con fre– cuencia a sus íntimos: "Cuando un siervo de Dios es visitado por el Señor en la oración, debe al fin de la oración levantar sus ojos al cielo y decir con las manos juntas: "Señor, tú me has enviado del cielo esta dulzura y consuelo a mí, pecador e indigno, y yo encomiendo esta gracia a tu protección, para que tú me la guardes; pues yo comprendo que soy un ladrón de tu tesoro." O si no: "Quítame, Señor, en este mundo tu bien y guárdamelo para la otra vida." Cuando vuelve de la oración debe presentarse ante los otros como un pobre pecador, como si no hubiera recibido ninguna gracia extraordinaria. Porque, añadía, podría perder un tesoro inapreciable por un precio vil y dar motivo al dador para que no le concediera nuevos dones" ( 25 ). A pesar de todo, sus compañeros conseguían enterarse no poco de su solitaria oración. Muchas veces le seguían a hurtadillas, para obser– varlo y escucharle ocultamente. Entonces podían ver y oír, cómo llenaba con suspiros el bosque o el desierto, cómo rociaba el suelo con sus lágrimas, hería su pecho con la mano y mantenía conversación con el Señor lo mismo que con un amigo íntimo. Allí respondía a su juez, allí rogaba a su padre, allí trataba con su amigo. Con ardientes lágrimas intercedía ante la divina misericordia por los pecadores y (21) THoM. CEL. I, n. 71, 91 s., 104; II, n. 35, 45, 95. (22) "Mos erat sancto Francisco integrum diem solitaria in cella transigere, nec ad fratres reverti, nisi sumendi cibi necessitas perurgeret. Non tamen sig– natis horis coenaturus exibat, quoniam edacior contemplationis fornes totum sibi frequentius vindicabat." lbíd., II, n. 45. (23) "Suspendebatur multoties tanta contemplationis dulcedine, ut supra seme– tipsum raptus, quod ultra humanum sensum experiebatur, nemini revelaret." lbíd., n. 98. (24) lbíd., n. 99. (25) Ibídem.

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