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SAN FRANCISCO Y EL EVANGELIO 37 en la historia universal: en haber comprendido, guardado y realizado plenamente ese ideal característico de su Orden. La regeneración del Evangelio y de la primitiva Iglesia eso es lo que el mundo contem– poráneo admiró en el Pobrecillo de Asís. Todos los biógrafos que han escrito su vida y todos los cronistas que en breves líneas han dado cuenta de su aparición, siempre han puesto de relieve como su mérito esencial el haber vuelto de nuevo el mundo al Evangelio por medio de su vida y de su Orden. Tomás de Celano resume su caracterís– tica con estas breves palabras: "Era el hombre llamado a la profesión de la vida evangélica, servidor del Evangelio en verdad y fidelidad ... Todo su afán, su mayor deseo y su propósito supremo era el observar en todo y por todo el santo Evangelio." (7 5 ) El elogio que le dedican los Tres Compañeros expresa con tanta brevedad como precisión que fué un perfecto observador del Evangelio e imitador de los Apósto– les: "El apostólico varón Francisco, adhiriéndose perfectísimamente a Cristo, imitó la vida y siguió las huellas de los Apóstoles." ( 76 ) Y el Prior agustino, Walter de Gisburn refiere: "Muchos nobles y plebe– yos, clérigos y legos iban en pos de este bienaventurado Francisco y seguían sus pisadas. El santo Padre les enseñaba a cumplir la perfec– ción evangélica, a soportar la pobreza y a marchar por el camino de la santa simplicidad. Escribió también una regla evangélica para sí y para sus Frailes" (77). El Cardenal Jacobo de Vitry, uno de los más sabios y piadosos varones de aquel tiempo, escribe así bajo la impresión producida en él por su trato personal con Francisco y sus hijos: "En aquellas regio– nes (de Umbría) encontré un consuelo: muchas personas de ambos sexos, ricos y seglares, lo daban todo por amor a Cristo y abando"' naban el mundo. Se les llamaba Frailes Menores. . . Esta Orden de los Frailes Menores se extiende con tanta rapidez por todo el mundo, porque sus miembros imitan exactamente la forma de vida de la Igle– sia primitiva. . . A las· tres órdenes de anacoretas, de monjes y de canónigos regulares el Señor ha añadido en estos tiempos la cuarta Orden, el ornamento de la vida regular, la santidad de la regla monás– tica. Aunque a decir verdad, si consideramos con atención el estado y forma de la Iglesia primitiva, diremos que más bien que añadir ahora una nueva Regla, lo que ha hecho es renovar la antigua (es (75) THOM. CEL., I, n. 7, 84. ( 76 ) Tres Socii, c. 17. Lo mismo dice BERNARDO DE BEssA, c. 1, 5: "Relictis denique omnibus Christi vestigia devote secutus, veterem apostolorum vit:¡.m redivivis actibus innovavit, suaeque religionis domum non super arenam tempo– ralium, sed super petram Christi in paupertatis evangelicae perfectione fundavit." (77) WALTERI GrsBURNENSIS, Chronica de gestis regum Angliae, ecl. "Monu– menta Germaniae historica", SS., t. XXVIII, 631.

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