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324 LOS IDEALES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS occidental que llevó la fe a los pueblos de fuera de Europa, es el padre de la moderna época misional, que comienza con él y viene desarrollándose cada vez más pujante hasta nuestros días. Sí, puede decirse sin exageración que desde el tiempo de los Apóstoles fué el primer misionero que inscribió en su bandera la conversión del mundo entero, cumpliendo a la letra la orden de Cristo: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a todas las criaturas" ( 1 ºº). Quedamos atónitos y nos perguntamos cómo el Poverello de Asís pudo siquiera atreverse a incluir en el programa de su orden esa acti– vidad, que se extiende a todo el mundo, en misiones al interior y al exterior. Sin embargo, para Francisco era esto la cosa más natural. ¿Por ventura no había hecho voto de observar el Evangelio al modo de los Apóstoles? ¿No había oído leer en el Evangelio que su maes– tro lo enviaba al apostolado, como había enviado a los doce discí– pulos? Y además ¿no había leído en el mismo sagrado Libro el tes– tamento de Jesús a sus Apóstoles, encargándoles que ejercieran su actividad apostólica sin límites de tiempo y espacio? Por lo tanto, la voluntad de Cristo era clara para él, y esta voluntad era para un caba– llero de Cristo ley suprema. Añadíase a esto un segundo motivo: el ejemplo del Redentor, que había vivido y muerto para la salvación de las almas. El celo por las almas a ejemplo de Cristo era la estrella del apostolado franciscano. Así lo asegura Tomás de Celano con estas palabras: "Solía decir Francisco que nada hay preferible al trabajo por la salvación de las almas, porque Cristo se había dignado estar pendiente de la cruz por las almas. De aquí su lucha en la oración, sus idas y venidas en la predicación, su celo extremado en dar buenos ejemplos. No se tenía por amigo de Cristo, si no amaba las almas que Aquel amó tanto. Y esta era también la causa principal de su veneración por los maestros de la palabra divina, porque como coadjutores de Cristo cumplen el mismo oficio que Cristo ( 101 ). No se vaya a creer que a Francisco se le hubiera ocultado la inmensa dificultad que existe en unir armónicamente la vida contemplativa de una Orden religiosa con el apostolado activo. Al contrario, este pro– blema preocupó de todo tiempo al Santo y a sus discípulos. Poco después de recibir de Inocencio III la autorización para predicar, (100) MARc., XVI, 15. (101) "Saluti animarum praestare nihil dicebat, eo saepius probans, quod Unigenitus Dei pro animabus dignatus fuerit in cruce pendere. Hinc sibi in oratione luctamen, in praedicatione discursus, in exemplis dandis excessus. Non se Christi reputabat amicum, nisi animas diligeret, quas ipse dilexit. Et haec penes eum causa potissima venerandi doctores, quod Christi adiutores unum cum Christo exsequerentur officium." TI-IoM. CEL. II, n. 172.

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