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EL APOSTOLADO FRANCISCANO 317 de las almas y animados del deseo del martirio" ( 67 ), dispuestos a diri– girse a los temido~ Teutones con el Provincial Cesario de Espira ( 68 ). Jordán de Giano, que fué también con ellos, nos da a conocer poco después la fecund& actividad desplegada por los Frailes de la Provin– cia alemana ( 69 ). :)uedaba todavía el imperio británico; a él se diri– gieron en 1224 y en poco tiempo vino a ser la provincia más ejem– plar de toda la Or:len (7' 0 ). De esta manera aun en vida del Fundador los Frailes Menores tra– bajaban por todo el Occidente cristiano. La predicción del Cardenal Juan de San Pablo al anunciar que Francisco había de renovar en todo el mundo la Iglesia ( 71 ), se estaba cumpliendo de una manera brillante. Tomás de Celano abraza de una mirada de conjunto el apostolado que ejerció Francisco ya personalmente ya por medio de sus hijos, di– ciendo: "Cuando _a doctrina evangélica era en todas partes descui– dada en la vida practica, fué Francisco enviado por Dios, para que en todo el mundo a imitación de los Apóstoles diera testimonio de la verdad. Así sucedió que él con su doctrina mostró clarísimamente ser vana toda la sabiduría de este mundo, y guiado por Cristo, en poco tiempo condujo a .los hombres, por la sencillez de la predicación, a la verdadera sabidurfa de Dios. Pues él cual nuevo evangelista en estos últimos tiempos, como uno de los ríos del paraíso, derramó por todo el mundo las cor.r~entes del Evangelio en saludable riego, y con las obras predicó el camino del Hijo de Dios y la doctrina de la verdad. En él y por él rec:bió la tierra una inesperada alegría y santa renova– ción, haciendo florecer los antiguos y olvidados gérmenes de la reli– gión primitiva. In::'undióse un nuevo espíritu en los corazones de los elegidos y en medio de ellos se derramó una unción saludable, cuando el siervo y el santo de Cristo resplandeció como una estrella del cielo. . . Viviendc aún entre nosotros pecadores recorrió todo el mundo y predicó en él" ( 72 ). II. Francisco, ne contento con la misión entre los fieles de todo el mundo, desde un principio incluyó también en su programa la conversión de los infieles, siendo su más ardiente deseo el vivir y morir por la propagación de la fe ( 73 ). Esto lo comprenderemos fácil– mente, si tenemos presente por un :ado el espíritu caballeresco del Santo y por otro e. entusiasmo de la caballería por la fe cristiana. (67) Jbíd., n. 17. (68) Ibídem. (69) lbíd., 11. 18 s. (70) TI-IoM. DE Ecc::ESTON, Tractatus de adventu FF. MM. in Anglianz, passim. (71) Cfr. supra, t. II, p. 105. (72) THOM. CEL. I n. 89, 120. (73) THoM. CEL. I n. 55; S. BoNAv., c. 9, n. 5.

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