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314 LOS IDEALES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS ros ( 54 ); pero eso no era más que un apostolado de legos que podía ser ejercitado aún sin facultad formal de la Iglesia. "Pero desde aquel momento, continúan los mismos biógrafos, el bienaventurado Francisco empezó a predicar más ampliamente y con más perfección. Pues era un verdadero predicador, confirmado con autoridad apostó– lica" ( 55 ). A esto corresponde también la manera cómo los Tres Compañeros caracterizan su actividad apostólica ( 56 ). Coincidiendo con ellos Tomás de Celano nos da la siguiente inimitable descripción: "Francisco, el valerosísimo caballero de Cristo, recorría ciudades y aldeas, anunciando el reino de Dios no con palabras persuasivas de humana sabidura sino con la doctrina y fuerza del Espíritu, predicando la paz, enseñando la salvación y la penitencia para remisión de los peca– dos. Apoyado en la autoridad apostólica que había recibido, obraba en todo con grande confianza sin usar de adulaciones y de seductores halagos. No sabía encubrir las faltas de nadie, sino que las atacaba resuelto, ni fomentaba la vida pecaminosa, sino que la reprendía áspe– ramente. Como primero había practicado en sí mismo lo que quería persuadir a los otros, y no temiendo acusador alguno, hablaba con toda libertad la verdad, de modo que los varones más doctos, por más grandes que fueran su gloria y su dignidad, admiraban sus sermones y a su presencia se apoderaba de ellos un saludable temor. Corrían los hombres, corrían también las mujeres, acudían los clérigos, se apresuraban los religiosos, para ver y oír al varón de Dios que a todos se les figuraba un hombre del otro mundo. Toda edad y todo sexo se daba prisa a ver las maravillas, que Dios nuevamente obraba en el mundo por su siervo. Parecía a la verdad en aquel tiempo que ya por la presencia de San Francisco ya por su fama había aparecido en la tierra una nueva luz enviada del cielo, para ahuyentar toda la tenebrosa oscuridad, que había ya ocupado casi toda la tierra, de modo que apenas había uno que supiera el camino que se debía seguir. Pues había envuelto a casi todos un olvido tan profundo de Dios y una indife– rencia tan grande para con los divinos mandamientos, que apenas toleraban el ser sacados de sus antiguos e inveterados vicios. Enton– ces brilló Francisco como estrella resplandeciente en la oscuridad de la noche o como aurora que disipa las tinieblas. Así sucedió que en poco tiempo cambió el aspecto de toda la comarca y mostró un año 1198, en HARDUIN: Acta Concil., t. VI, par. 2, p. 1945, n. 41 et RICHARD! PooRE, Constitutiones del año 1217, en HARDUIN: lbíd., VII, p. 103, n. 50. (5-1) Tres Socii, n. 33 y FRAY LEÓN, en la Vita fr. Aegidii, ed. Analecta francisc., III, 76. (55) "Exinde beatus Franciscus circumiens civitates et castra, coepit ubique amplius et perfectius praedicare. . . Erat enim veridicus praedicator ex aucto– ritate apostolica roboratus ... " Tres Socii, n. 54. (56) Ibídem.

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