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312 LOS IDEALES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS mundo y marchar a donde él quisiera enviarlos. Francisco abrazó a cada uno y añadió: "Arroja tu cuidado en el Señor y él te manten– drá." El plan de la misión pronto estuvo ultimado; Francisco grabó en el suelo una cruz, cuyos brazos señalaban las cuatro partes del mundo, y envió a sus discípulos en esas direcciones. Fray Bernardo y Gil tomaron a Santiago de Compostela por término de su viaje, los otros eligieron otros lugares ( 43 ). Cuando pasaban por delante de una iglesia o de una cruz, se arrodillaban y saludaban a su Señor y Salvador con aquellas palabras que habían aprendido de su padre: "Adorá– moste, Santísimo Señor Jesucristo, aquí y en todas las iglesias que están en todo el mundo y te bendecimos porque por tu santa cruz redimiste al mundo" ( 44 ). Cuando entraban en una ciudad, aldea, caserío o casa, saludaban con el saludo de paz y exhortaban a todos a temer y amar al Creador de cielos y tierra, y a observar sus manda– mientos. Mostrábanse mansos y amables con amigos y enemigos, edi– ficando a todos y ganándolos para Dios con sus palabras y sus hechos. Después de algún tiempo volvieron de nuevo a la Porciúncula, se recogieron en la oración y meditación, se contaron mutuamente sus peripecias y sus éxitos, y se confirmaban unos a otros para trabajar sin descanso en la viña del Señor ( 45 ). Estos primeros ensayos de apostolado se asemejan a los de los após– toles en el Evangelio en tanto grado, que parecen confundirse. El despojamiento de los Apóstoles de todo lo terreno, su envío a todas las partes del mundo, el encargo recibido de predicar penitencia, el nuevo encuentro de los discípulos junto al Maestro ( 46 ), todo coincide, con la única excepción del poder de hacer milagros que Cristo trans– mitió a sus apóstoles. Claramente se ve el plan de San Francisco que quería imitar en todos sus puntos la actividad de los apóstoles. Entre tanto había aumentado la joven sociedad del Poverello, lle– gando a igualar el número de los doce apóstoles. El maestro sentía ansías de pedir la aprobación eclesiástica para su manera de vida y la misión formal de la Iglesia para sus trabajos apostólicos. "Hermanos, dijo, veo que Dios en su misericordia quiere acrecentar nuestra socie– dad. Vamos, pues, a nuestra Madre la Santa Iglesia Romana y comu– niquemos al Papa lo que el Señor ha comenzado a obrar por nosotros para que según su voluntad y mandato prosigamos lo comenzado" ( 47 ). (43) TaoM. CEL. I, n. 29 s.; S. BoNAv., Leg., c. 4, n. 33. (44) Tres Socii, n. 37. (45) Tres Socii, n. 37-45. (46) MAr., X, 5-14; MARc., VI, 7-13; Luc., IX, 1-6; X, 1-11. (47) "Video, fratres, quod congregationem nostram vult Dominus misericor– diter augmentare. Euntes ergo ad matrero nostram sanctam romanam ecclesiam notificemus summo Pontifici, quod Dominus per nos faceres coepit, ut de volun– tate et praecepto ipsius, quod coepimus prosequamur." Tres Socii, n. 46.
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