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308 LOS IDEALES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS Al principio de su conversión sólo le dominaba una idea, la grande idea de la caballería espiritual. Quería ser caballero de Cristo, quería servir voluntariamente al Emperador de los cielos con todas las fibras de su corazón ( 23 ). Pero en un principio le era todavía completamente desconocido el empleo que había de tener al servicio de su Señor Sobe– rano; únicamente comprendía, que se trataba de una vida activa y no sólo contemplativa; pues de todo caballero legítimo se decía: "El he– roísmo no reposará en el albergue, sino que andará de aquí para allá y trabajará y en todas partes por todos los países buscará hechos de armas y aventuras" ( 24 ). En vista de esto Francisco se dedicó por de pronto al servicio de los leprosos, servicio que era una acción caballeresca hecha al mismo Jesucristo ( 25 ). Mas con todo, esto le parecía dema– siado poco. Sentía en su corazón un ansia irresistible de anunciar al mundo la grandeza y bondad de su Señor, por lo cual iba por campos y bosques cantando canciones francesas al Altísimo y como fuera cogido por ladrones y preguntado quién era, respondió sencillamente: "Soy el heraldo del gran Rey, ¿qué os importa a vosotros?" ( 26 ). Los reyes y emperadores tenían sus pregoneros, sus heraldos y reyes de armas, por medio de los cuales hacían anunciar los torneos y otras deci– siones importantes ( 27 ). El heraldo del gran Emperador del cielo debía proclamar las hazañas y la grandeza de su Señor, por lo cual los predi– cadores eran llamados comúnmente heraldos de Dios ( 28 ). Se ve cómo Francisco en las horas de más profunda devoción y de mayor entu– siasmo siente despertarse en sí la vocación apostólica. Pero todavía estaba lejos de reconocerla como la vocación a que Dios le destinaba. No se atrevía siquiera a resolverse él mismo, sino que rogaba con fervor que Dios le iluminara ( 29 ). En este estado de ánimo pasaba un día junto a la medio derruída iglesia de San Damián. Siguiendo un impulso interior de la gracia entró en ella, postróse de hinojos ante un Crucifijo y con ardorosa devoción rogó al divino Salvador que le mostrara lo que debía hacer, cuando de pronto oyó distintamente de boca del Crucifijo aquellas dulces palabras: "Francisco, ¿no ves que mi casa amenaza ruina? Ve y repárala." Atónito y tembloroso balbuceó él: "Con gusto lo haré, Señor." Y al punto puso manos a la obra de reedificar la ruinosa (24) FRorssARD, en LoHER, Uber RittersclJaft und Adel im spateren Mittelalter, Abbandlung der Münc!Jener Akademie, 1861, I, 412. (25) Cfr. supra, p. 273 ss. (26) "Praeco sum magni Regis, quid ad vos?" THoM. Cm,. I, 16. (27) JoH. BAPT. voN WEiss, vVeltgesc!Jicbte, IV, 3 ed., Gratz y Leipzig, 1891, 625 - 633. (28) Cfr. DucANGE-CARPENTEmus, s. v. "praeco, praeconare". (!9) Tres Socii., n. 11-13.
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