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LA FRATERNIDAD FRANCISCANA 267 toda su vida le sirvió de gran consuelo ( 62 ). Junto al lago Fucino vivía otro Fraile que viéndose tentado fuertemente exclamó con una sen– cillez infantil: "¡Ah!, si tuviera conmigo al menos una pequeña parte– cita de las uñas de los pies de Francisco, creo que al punto amainaría toda esta tempestad áe tentaciones y volvería con el favor de Dios la tranquilidad." Dirigióse a Rieti, donde el Santo se hallaba enfermo, y descubrió a uno de sus compañeros su ingenuo deseo. Éste le con– testó: "Creo que no me será posible darte parte de ~as uñas de sus pies, pues cuando se las cortamos nos manda arrojar las partecitas cor– tadas, prohibiéndonos guardarlas." Así hablando lo llamó el Santo, le mandó que le cortara las uñas y se las dió al atribulado Fraile, el cual al momento volvió a encontrar la tranquilidad y alegría de espíritu ( 63 ). Esto es precisamente lo que aquí y siempre admiramos en Fran– cisco: aquella tierna atención a todo sufrimiento de sus Frailes, y aquella continua prontitud para ayudar a cualquier atribulado, siem– pre que pudiera hacerlo. Y en esto fué fiel hasta la muerte. Sabemos ya con qué amor consolaba a sus Frailes en los últimos días de su vida. Uno de ellos, el ya nombrado Fray León, que había vivido en más estrechas relaciones con él como su confesor y compañero perpe– tuo, estaba inconsolable; para animarlo, Francisco le dejó en testamento su túnica, que era el único objeto de que podía disponer. "Te doy esta túnica, le dijo; tómala, en adelante será tuya. Mientras yo viva, la llevaré puesta; pero después de mi muerte te ha de corresponder a ti" ( 64 ). Se acordó también de sus atribuladas hijas de San Damián y como no podía ir personalmente a consolarlas, dictó para ellas algunas palabras de consuelo y edificación y añadió una melodía, rogando a las hermanas que la cantaran para solaz propio y en alabanza de Dios ( 65 ). Pero lo que más profundamente conmovía su corazón era la des– gracia de los Frailes delincuentes. Así como recibía una grande ale– gría a causa de sus discípulos fieles y perfectos ( 66 ), así sentía grande compasión por aquellos que vacilaban en la tentación o se hacían infieles a su vocación. Velaba con diligencia sobre las faltas ele sus súbditos, reprendía al que faltaba a sus obligaciones, procedía con el debido rigor contra los contumaces ( 67 ) y sobre todo lanzaba ana- (62) T1-10M. CEL. II, n. 49. (63) Ibíd., n. 42. (64) TaoM, CEL. II, n. 50. (65) Spec. perf., c. 90. Cfr. también el testamento de S. Clara ( Acta SS., Augusti, t. II, p. 747) y la Regla de la misma c. 6 (en SBARALEA, Bull. franc., I, p. 675). (66) THoM. CEL. II, n. 155, 178, 188. (67) "Corripiebat nihilominus omnes delinquentes, atque contumaces et rebel– les animadversione debita coercebat." Tres Soc., n. 59.

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