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262 LOS IDEALES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS Tomás de Celano de una manera inimitablemente bella, diciendo: "¿Quién podría jamás describir la solicitud de Francisco por sus súb– ditos? Siempre tenía las manos levantadas al cielo en favor de los verdaderos hijos de Israel y con frecuencia se olvidaba hasta de sí mismo para pensar ante todo en el bien de sus Frailes. Postrado a los pies de la divina Majestad ofrecía por sus hijos el sacrificio de su espíritu para hacer descender sobre ellos los beneficios de Dios. El amor perfecto que profesaba a la pequeña grey que había traído en pos de sí, lo tenía siempre temeroso no sea que después de haber per– dido el mundo, perdieran también el cielo. Creía que no alcanzaría la gloria si no conducía consigo a la gloria a los que le estaban enco– mendados, a los cuales su espíritu había dado a luz con más dolor que las propias entrañas maternales" ( 38 ). Cuando por fin Dios lo llamó a la gloria celestial, sólo sentía un peso en su corazón: era el tener que despedirse de sus Frailes. Hizo venir a su presencia a todos los que allí vivían, los exhortó a perse– verar fieles a su vocación y los bendijo, poniendo su mano derecha sobre la cabeza de cada uno de ellos. Tenía sentimiento de no poder ver una vez más a todos los Frailes, y dió su bendición también a los ausentes, tanto a los que ya entonces pertenecían a la Orden como a todos aquellos que hasta el fin de los siglos habían de agregarse a la Orden ( 39 ). Después recordó cómo el divino Salvador antes de morir había celebrado con los suyos la sagrada Cena y también quiso hacér– sele semejante en eso, para lo cual hizo traer pan, y después de bende– cirlo lo partió y dió un pedazo a cada uno de los Frailes que asistían sollozando. Esto era el símbolo y la prenda de su tierno e inquebran– table amor de padre y de hermano ( 40 ). Así se verificó en él aquel dicho del Evangelio: "Habiendo amado a los que en el mundo eran suyos, los amó hasta el fin" ( 41 ). Podríamos terminar aquí este capítulo después que hemos visto de qué manera tan ejemplar amó Francisco a sus hijos durante la vida. Pero es preciso que hagamos resaltar el especial amor que sentía el Santo por los Frailes enfermos, atribulados y delincuentes. Mostraba un tierno interés para con los Frailes enfermos y echaba mano de todos los medios para atender a sus necesidades ( 42 ). Es conmovedora la atención, la oficiosidad y el desinterés que manifes– taba en tales casos. Siendo así que sufría más que todos los demás, (38) Ibíd., II, n. 174. (39) lbíd., I, n. 108; II, 216; Spec. perf., c. 88. (40) Ibíd., II, n. 217; Spec. perf., c. 88. ( 41) foAN., XIII, l. (42) "Multa sibi ad infirmos compassio, multa pro illorum necessitatibus so– !L:::itudo." THoM. CEL. II, n. 175.

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