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24 LOS IDEALES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS de aventuras ( 13 ). Pero a medida que se alejaba de su patria iba tam– bién volviéndose más pensativo ( 14 ), y apenas había traspuesto los límites de Espoleto, cuando de pronto oyó la voz de Dios, que le mandaba tornar a Asís, donde se le mostraría lo que debía hacer. La orden divina era tan terminante, que Francisco volvió sin tardar ( 15 ). Cuando llegó de nuevo a casa sus amigos le instaron nuevamente a que dispusiera una fiesta juvenil, a lo cual accedió Francisco aunque con alguna vacilación. Y los turbulentos jóvenes, después de una opí– para cern:i, recorrieron cantando las calles de Asís, como lo habían hecho antes con tanta frecuencia. Francisco, con el cetro en la mano como rey de la juventud, iba siguiéndoles a cierta distancia, silencioso y ensimismado, cuando de pronto fué visitado por el Señor y se sintió lkno de tan grande dulzura de espíritu, que abstraído a todo cuanto pasaba en su derredor no podía hablar ni seguir andando ( 16 ). Desde aquel momento se hizo más reflexivo y más interior; comenzó a sentir hastío de sí mismo y de todo lo que hasta entonces había amado, aunque poco a poco, porque todavía no estaba del todo libre de la vanidad del mundo. Pero se fué retirando cada vez más del tráfago mundano, buscaba el trato con Dios y casi diariamente se dirigía a una solitaria cueva situada fuera de la ciudad, para dedicarse a la oración, impulsado a ello por un poder irresistible y atraído por la dulzura divina que en ella se le comunicaba ( 17 ). Pero al mismo tiempo sufría lo indecible, porque no acababa de entender con clari– dad su nueva vocación. Unos pensamientos tras otros y unos planes tras otros surgían y se agitaban en su corazón; los pesaba, los apro– baba o rechazaba. Su interior se abrasaba en fuego divino y ardía en santas resoluciones para el porvenir, y en un vivo dolor sobre su vida pasada ( 18 ). Lo único que llegaba a comprender era que debía renun– ciar completamente al mundo y entregarse todo al servicio de Dios. Eso era todo lo que sabía. Finalmente a la edad de 25 años ( 19 ), cierto día que con gran con- (13) THoM. CEL., I, n. 5; Tres Socii, n. 5. (14) Tres Socii, ibíd. (15) Tres Socii, n. 6. (16) Tres Socii, n. 7. (17) Tres Socii, n. 8; THoM. CEL., I, n. 6. (18) "Maximam sustinebat animi passionem, et donec opere compleret, quod conceperat corde, quiescere non valebat. Cogitationes variae sibi invicem succe– debant, et ipsarum importunitas eum duriter perturbabat. Ardebat intus igne divino, et conceptum ardorem mentis celare de foris non valebat. Poenitebat eum peccasse tam graviter et offendisse oculos maiestatis, nec iam eum mala praeterita seu praesentia delectabant, sed nondum plene receperat continendi fiduciam a futuris." THoM. CEL., I, n. 6. (19) Cfr. THoM. CEL, I, n. 2 y n. 6-7.
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