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LA ALEGRÍA FRANCISCANA 243 todas las alegrías que hay en la naturaleza y todas las alegrías sobre– naturales del alma que cree en Dios y ama a Dios, y a manera de cris– talino y bullicioso surtidor las envía al cielo, hasta el Océano de la gloria divina y de la eterna felicidad" ( 23 ). En sus últimos días se hizo cantar con mucha frecuencia este cántico del sol ( 24 ) · y como Fray Elías le diera a entender suavemente que esa manera de prepararse para la muerte podía ser mal interpretada, respondió Francisco son– riendo: "Hermano, permíteme que me alegre en el Señor y en su alabanza y en mi tribulación, pues por la gracia del Espíritu Santo estoy tan íntimamente unido con Dios, que por su misericordia bien puedo regocijarme en el Altísimo" ( 25 ). Pocas horas antes de su tránsito, reuniendo toda la fuerza de que aun disponía, entonó el salmo 142 ( 26 ); cuando lo hubo terminado era ya el atardecer y tam– bién el día de su vida se inclinaba hacia el ocaso. Cantando hizo su entrada en su eternidad. El famoso maestro Zurbarán ( 1598-1662) pintó al Santo en actitud de contemplar una calavera. Desde entonces aparece a menudo Fran– cisco en imágenes y cuadros con la calavera, como si ésta fuera la actitud que mejor le caracteriza. Y sin embargo eso no es más que una parodia del Santo, una actitud sencillamente imposible en su vida i 1 y en su muerte. Su vida fué toda ella un himno de alegría, y la última, la más conmovedora estrofa de su cántico del sol se la cantó a la "hermana muerte". El fué un virtuoso de la alegría, un hombre siem- pre alegre, tal que la historia apenas conoce otro semejante. Si ésta no le hubiera ya llamado el "pobre" de Asís, hubiera debido llamarlo el "alegre'' Francisco. El mismo espíritu de alegría imprimió también a su Orden. La pri– mera época franciscana fué toda ella una melodía llena de delicias espirituales. Uno queda verdaderamente hechizado al recorrer este paraíso, guiado por los Fioretti, cuya tierna poesía es aquí más histó– rica que lo que pudiera ser la misma historia. Pero también las más antiguas biografías y crónicas de la Orden atestiguan que la familia franciscana vivía constantemente en una alegría casi celestial, lo cual es tan evidente y tan conocido, que no necesitamos decir una palabra más sobre ello. Y es que Francisco, bien familiarizado con los caminos de la vida del alma, sabía que la alegría es indispensable para el reiigioso, consi– derándola como el más seguro remedio contra los innumerables lazos (23) PAUL WrrnELM KEPPLER, Mehr Freude, Friburgo de Brisgovia, 1909, 122 (traducción española, Más alegría, por Felipe Villaverde, ibíd.). (24) THoM. CEL. I, n. 109; Spec. perf., c. 121. (25) Spec. perf., ibíd. (26) THoM. CEL. I, n. 109.
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