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X. CASTIDAD Y PENITENCIA DE SAN FRANCISCO I Si la obediencia y la simplicidad son las dos ramas principales del árbol de la humildad, la c,astidad viene a ser como la florida • copa del mismo. "Así como es imposible ser casto sin ser humilde, según lo demuestran de· consuno la Teología y la experiencia, así le es fácil al humilde permanecer casto, y para él es la cosa más natural el apreciar y el amar la castidad sobre todas las cosas. No es pues de extrañar, que se haya escrito de Francisco: "Después de la humil– dad, que es el fundamento de todas las virtudes, el Santo amaba y deseaba en sus Frailes en especial la castidad en toda su belleza y pu– reza" (1). El mismo parecía predestinado para esta virtud por la naturaleza y por la gracia. Había sido engendrado y educado por una madre, que se nos presenta como un modelo acabado de grandeza moral y de pureza (2). Todo su orgullo maternal consistió también en poder observar en su hijo la misma grandeza y pureza de costumbres, de modo que solía decir: "¿Qué pensáis que vendrá a ser este hijo mío? Seguramente que con la ayuda de la gracia ha de llegar a ser un verda– dero hijo de Dios" ( 3 ). Aun en medio de los locos devaneos de su edad juvenil conservó Francisco su inocencia inmaculada, pues como atestiguan los Tres Compañeros: "Era naturalmente por decirlo así cortés en sus costum– bres y en sus palabras, y según el propósito que tenía hecho a nadie decía palabras injuriosas o torpes. Al contrario, por más que era un joven alegre y de humor jovial, se había propues.to no responder a quien le dijera palabras torpes. Por esto era muy considerado en toda (1) "Inter alias virtutes, quas diligebat et desiderabat in fratribus post funda– mentum sanctae humilitatis, diligebat praecipue pulchritudine:n et munditiem honestatis." Spec. perf., c. 86. (2) "Quae mulier totius honestatis amica quodam virtutis insigne pracfe– rebat in moribus, sanctae illius Elisabeth, tam impositione nominis ad filium quam et spiritu prophetali, aliquo símilitudinis privilegio gaudens." THoM, CEL. II, n. 3. (3) "Nam Francisci magnanimitatcm et morum honestatem admirantibus convicinis, quasi divino instructa oraculo sic aiebat: Quid putatis iste filius meus erit? Meritorum gratia Dei filium ipsum noveritis affuturum." Ibídem. 219
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