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206 LOS IDEALES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS ni subterfugios por muy justificados que parecieran. Un buen Fraile tenía en cierta ocasión irresistibles deseos de ver al santo Fundador. Y como el Guardián no le diera permiso para ír, se puso él en camino bajo su propia responsabliidad y confiando en la bondad de Francisco. Mas éste le reprendió severamente por ello y le mandó que se quitara el capucho. Tomó este y lo arrojó en una grande hoguera. Y ¡oh milagro!, por más tiempo que estuvo en el fuego no se quemó lo más mínimo. "Señal, añade Tomás de Celano, de que, aunque los mé– ritos del Santo pudieron hacer este milagro, tal vez tuvo su parte en ello el mérito del religioso, que si alguna falta cometió fué impul– sado por el piadoso deseo de ver al santo Padre" ( 27 ). Pensaban algunos Frailes que por lo menos la oración y el trato con Dios serían de preferir a la obediencia. Así se presentó cierto día un Fraile a Fray Gil y le dijo con grande indignación: "Padre, estaba yo ahora haciendo oración en la celda, cuando viene el Guardián y me manda ir a pedir limosna. Pero creo yo que es mejor orar que no ir por limosna." Y Gil, aquel heredero del espíritu de San Francisco, le contestó: "Hermano, tú no sabes aún lo que es orar; la verdadera oración es, que el súbdito haga la voluntad del superior." En otra oca– sión se expresó más claramente: "El que ha humillado su cabeza bajo el yugo de la obediencia y después para andar el camino de la per– fección, sustrae su cabeza al yugo de la obediencia, da muestras de mucha soberbia. Un religioso, que obedece bien, se parece a un ca– ballero, que está bien armado y monta un brioso corcel; impávido atra– viesa las filas de sus enemigos, y nadie puede causarle daño. Por el contrario el religioso que obedece murmurando, es semejante a un sol– dado sin armas y montado sobre un miserable y terco rocín; se lanza sobre las líneas enemigas, cae, es cogido, atado, herido, encarcelado y por fin muerto. Si uno poseyera el don de hablar con los Angeles, y fuese llamado por un hombre, a quien ha prometido obediencia, de– bería interrumpir su conversación con los ángeles y ponerse a dispo– sición de aquel hombre; pues mientras vive en sujeción sobre la tie– rra, debe prestar obediencia al hombre, a quien está sujeto por amor de Dios" ( 28 ). Finalmente los Frailes deben obedecer en todo tiempo. Esto es tal vez lo más notable en el concepto, que Francisco se había formado de la obediencia. Así como el mismo Francisco se sentía intranquilo, siem– pre que no estaba bajo la inmediata dirección de un superior, así tam– bién aconsejaba a sus Frailes, que nunca estuvieran fuera de la obe– diencia, porque sólo la obediencia atrae la bendición de Dios, y la (27) THOM. CEL. II, 11, 154. (28) Vita b. Aegidii, 80; Dicta b. Aegidii, 65-67.

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