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LA HUMILDAD FRANCISCANA 183 con hechos, no con palabras: "Bienaventurado aquel siervo que no habla con la esperanza del premio y no manifiesta todas sus cosas y no es ligero para hablar y responder. ¡Ay de aquel religioso que no retiene en su corazón los bienes que Dios le ha hecho, y no los des– cubre a los otros por las obras, sino que desea manifestarlos a los hombres por medio de palabras con la esperanza del premio! De ese modo recibe ya su galardón, y los que le oyen sacan peco fruto de ello" ( 8 ). Por eso a todos los Frailes dirige Francisco aquella conmovedora exhortación a la humildad: "Yo ruego en la caridad que es Dios, a todos los Frailes, que predican, oran y trabajan, sean clérigos o legos, que procuren humillarse en todas las cosas, no gloriarse ni compla– cerse en sí mismos ni envanecerse en su interior a causa de sus buenas palabras y obras, y en general por cualquier bien que Dios dice o hace alguna vez en ellos o por ellos., porque dice el Señor: No os · alegréis porque los espíritus os están sometidos ( 9 ). Y tengamos por cosa cierta que a nosotros nada nos pertenece más que los vicios y pecados. Y más bien debemos regocijarnos cuando sobrevienen ·diver– sas tentaciones y cuando en este mundo sufrimos cualquier angustia o tribulación de cuerpo o, de alma por causa de la vida eterna. Guar– démonos pues todos los Frailes de toda soberbia y vanagloria ... Y de– volvamos al Señor Dios altísimo y sumo todos los biene;; y reconoz– camos que todo lo bueno es de Él y démosle gracias por todo a Él, de quien proceden todos los bienes. Y ítl, el solo verdadero Dios, sumo y altísimo tenga, reciba y acepte todos los honores y reverencias, todas las alabanzas y bendiciones, todas las acciones de gracias y toda la gloria, Él de quien es todo lo bueno, que solo es bueno" ( 1 º). A los Frailes, que a causa de su profesión estaban más expuestos que los otros al peligro de la presunción, recordaba expresamente su profesión de humildad; así a los predicadores, a los letrados y a los superiores. A los predicadores inculcaba sin cesar que en todos sus éxitos dieran la gloria a Dios únicamente y permanecieran indiferentes para con las alabanzas y favor de los hombres. "He aquí, solía decir, cómo cono– cerá el siervo de Dios si tiene el espíritu del Señor; si, cuando el Señor obra por su medio algún bien, no se engríe por eso la carne, que es enemiga de todo bien, sino que al contrario se tiene a sus ojos por más vil y se reputa menor que todos los demás hombres ... Bienaventurado aquel siervo que no se envanece del bien que Dios dice y obra por su mediación más que del bien que dice y obra por medio de otro. (8) Verba admonitionis, c. 22; Opuse., ed. LEMMENs, 16; BoEI·IMER, 47. (9) Luc., X, 20. (1-0) Regula I, c. 17; Opuse., ed. LEMMENs, 46; BoEHMER, 16.

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