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182 LOS IDEALES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS Han llegado hasta nosotros muchos fragmentos de tales instrucciones acerca de la humildad, los cuales no podemos menos de trasladarlos aquí. Ellos por su contenido y por su forma nos recuerdan involun– tariamente la sabiduría de la Imitación de Cristo. Para precaver a. lo's Frailes de la vana complacencia en sí mismos, Francisco les muestra que ningún hombre tiene motivo para gloriarse de cosa alguna: "Atiende, oh hombre, en cuán alta dignidad te puso Dios, pues te creó y formó a imagen de su querido Hijo según el cuerpo y a su semejanza según el espíritu. Y todas las criaturas que están debajo del cielo, según su naturaleza, sirven y conocen y obe– decen a su Creador mejor que tú; y aun los demonios no le crucifi– caron, mas tú le has crucificado con ellos y todavía lo crucificas delei– tándote en los vicios y pecados. ¿De qué puedes pues gloriarte? Porque aunque fueses tan agudo y sabio que tuvieras toda la ciencia y supieras interpretar todas las lenguas y escudriñar sutilmente las cosas celestiales, no puedes gloriarte en todo ello, porque un solo demonio supo más de las cosas celestiales y sabe ahora más de las terrenas que todos los hombres, aunque haya habido un hombre que hubiera reci– bido del Señor un especial conocimiento. Del mismo modo si fueras más hermoso y rico que todos, y si obraras maravillas y arrojaras los demonios, todo esto te sería contrario y no te pertenece y no pue– des gloriarte en ello. Sólo podemos gloriarnos en nuestras flaque– zas, llevando todos los días la santa cruz de nuestro Señor Jesu– cristo" ( 6 ). Aun menos deben presumir los Frailes por sus virtudes y gracias, por lo cual les repetía con frecuencia: 11 Por todo lo que el pecador puede hacer, ninguno debe lisonjearse con vano aplauso. El pecador puede orar, llorar, mortificar su carne; pero no puede una cosa: per– manecer fiel a su Señor. Así, pues, en eso debemos gloriarnos, si damos a Dios su gloria, si sirviéndole fielmente atribuímos a Él todo lo que nos da. El mayor enemigo del hombre es su carne. No sabe traer a la memoria cosa alguna con que se mueva al arrepentimiento, ni prever nada para vivir con temor. Lo único que sabe es abusar del presente. Pero, lo que peor es, ella usurpa y convierte en gloria suya lo que ha sido dado no a ella sino al alma. Ella reclama alabanza por las ora– ciones y vigilias. Sin dejar nada al alma exige tributo hasta de las lágrimas" (7). Si pues los Frailes poseen gracias y virtudes deben manifestarlas quotidie replebatur, omnique vigilantia et sollicitudine novos filios novis insti– tutionibus informabat, sanctae paupertatis beataeque simplicitatis viam gressn indeclinabili eos edocens ambulare." THOM. CEL. I, n. 26. (G) Verba admonitionis, c. 5; Opuse., ed. LEMMENS, 8 s.; BoEHM:ER, 43. (7) THoM. CEL. II, n. 134.
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