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178 LOS IDEALES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS Poco después (hacia 1213-1215) se puso Francisco en camino hacia Marruecos, para lograr el martirio; pero cayó gravemente enfermo en España. Yendo, pues, de camino exhausto de fuerzas con Fray Bernardo, manifestó deseos de comer carne. De pronto aparecióseles un caballero, que venía galopando a campo traviesa, presentó al en– fermo un rico plato de ave muy bien guisado y preparado y dijo: "Siervo de Dios, come con gusto esto que te envía la divina Provi– dencia" ( 158 ). Más tarde hallándose Francisco enfermo en el palacio episcopal de Rieti y no teniendo más que una túnica muy gastada, rogó a su Guar– dián que, a ser posible, le procurara tela para un hábito. Mientras el Guardián estaba pensando cómo podría cumplir el deseo de su santo Padre, llamaron a la puerta, y un hombre trajo un fardo de paño diciendo: "Hermano, toma por amor de Dios este paño para seis hábitos; quédate uno de ellos para ti y reparte los demás como mejor te parezca" ( 159 ). En cierta ocasión dirigíase el varón de Dios a un eremitorio para dedicarse allí más tranquilamente a la contemplación, y como estaba muy débil, iba cabalgando en el jumento de un pobre labrador. Éste, que caminaba monte arriba en pos del Santo con todo el calor del verano, fatigado del largo y penoso viaje y atormentado por la sed, exclamó dirigiéndose al Santo: "Mira, voy a morir de sed si no soy pronto refrigerado por alguna bebida." Francisco bajó al punto del asno, se arrodilló en el suelo y oró con los brazos extendidos hasta que conoció que su oración había sido escuchada. Entonces dijo al labrador: "Vete presuroso a aquella piedra y allí encontrarás una fuente de agua viva que Cristo misericordiosamente ha hecho brotar de la piedra para que tú bebas." Y ¡oh milagro de la divina Provi– dencia! El hombre bebió de aquella fuente salida de la roca, donde ni antes ni después nadie pudo descubrir agua (1 6 º). Hacia el fin de su vida sufría Francisco de mal de ojos y por eso era diariamente visitado por el médico en su eremitorio. Para dar gusto a dicho médico quiso un día convidarlo a comer, a lo cual se opuso el Padre Guardián diciendo: "Padre, nos avergonzamos de con– vidar a comer al médico, porque al presente estamos muy pobres." El Santo replicó: "Hombres de poca fe, ¿qué queréis que os diga de nuevo?" El médico que estaba presente dijo: "Yo, amadísimos her– manos, tendré por grande riqueza el participar de vuestra penuria." Diéronse pues prisa los Frailes a presentar todo lo que había en la cocina y despensa, que venía a ser un poco de pan y vino y algunas (158) Ibíd., n. 35. (159) lbíd., n. 35. (lGO) S. BoNAV., c. 7, 11. 12.

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