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174 LOS IDEALES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS mañana es echada al horno, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?" (146). Francisco entendió este evangelio de la Providencia tan candorosa– mente y tan a la letra como el evangelio de la pobreza. Su altísima pobreza, su pobreza de mendiga no era a decir verdad más que el eco de su viva fe en la Providencia divina. Para Francisco, Dios era en realidad el Padre universal que con tierna solicitud abraza sus cria– turas y las provee de todo lo necesario. Y cuanto más completamente se despoja la criatura de todas las cosas terrenas por amor de Dios, tanto más amorosamente cuida Dios de ella. Según esto Dios es el padre de familia y Proveedor universal de los pobres evangélicos. Francisco adquirió esta certeza en el momento en que renunció al mundo. Ella le dominaba, cuando devolvió todo, hasta los vestidos, a su padre Pedro Bernardone diciendo: "Desde ahora sólo diré: Padre nuestro que estás en los cielos" ( 147 ). Esta descuidada confianza en la bondad paternal de Dios lo acompaña desde este punto a través de toda su vida. Ella es también el único bien que dió a sus discípulos para el camino de su vida. Tomás de Celano nos refiere el modo cómo preparó a sus discí– pulos para enviarlos a predicar. Después de haberlos instruído sobre el reino de Dios, el desprecio del mundo, la negación de la propia voluntad y la sujeción del cuerpo, les dijo: "Id, amadísimos herma– nos, de dos en dos por las diversas partes del mundo, predicando a los hombres paz y penitencia para remisión de los pecados. Sed pacientes en la tribulación, seguros de que Dios cumplirá su propósito y su promesa." Después los abrazó y dijo dulce y devotamente a cada uno de ellos: "Arroja tu cuidado en el Señor y él te alimen– tará" (1 48 ). Y mientras ellos partían hacia tres partes del mundo, el Santo con Fray Masseo tomó el camino de Francia. Por las Flore– cillas sabemos cómo durante el camino ponía en práctica su fe en la Providencia. En uno de aquellos sabrosos capítulos, que en sí mismo lleva el sello de la verdad, leemos lo siguiente: "Llegando un día San Francisco y Fray Masseo a, una ciudad algo hambrientos, anduvieron, según la Regla, mendigando el pan por amor de Dios, y San Francisco fué por un barrio, mientras Fray Masseo iba por otro. Pero como San Francisco era un hombre tan despre– ciable y pequeño de cuerpo, los que no le conocían le reputaban por un pobrecillo vil, y de aquí que no recogiese más que unos pocos (146) MAT., VI, 25 ss.; Luc., XII, 24. (147) Tres Socii, n. 20. (148) THoM. CEL. I, n. 29. Añade el biógrafo que Francisco siempre que enviaba un Fraile a alguna parte, repetía esas palabras del Salmo: "lacta cogi– tatum tuum in Domino, et ipse te enutriet."

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