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EL MANTENIMIENTO DE LA VIDA EN LA ORDEN FRANCISCANA 153 misa, al bosque distante de la ciudad dos horas, y volvía: con un fajo de leña en los hombros. Ésta la vendía no a cambio de dinero sino del necesario mantenimiento de la vida. Un día viniendo así cargado se encontró con una mujer que quería comprar leña. Después que hubieron convenido ella quiso pagarle más que e1 precio ajustado, porque reconoció en él a un religioso. Pero Gil dijo: "No quiero que me venza la codicia" y rechazó no solamente lo sobrante, sino también la mitad del precio convenido. En tiempo de la vendimia ayudaba el Siervo de Dios a recoger las uvas, que después llevaba al lagar y exprimía con sus pies. Un día encontró en la calle a un hombre, que deseaba contratar a alguno para varear nueces. Pero nadie se prestaba a ello, porque los árboles eran muy altos y estaban demasiado lejos de Roma. Acercósele Gil y le dijo: "Yo quiero ayudarte." Después que hubieron convenido en que una parte de las nueces había de ser para él, como premio del tra– bajo, Fray Gil marchóse al lugar, hizo la señal de la cruz, subió a los altos árboles y vareó las nueces. Mas como las nueces que recibió en salario eran tantas que no le cabían en la bolsa, se quitó el hábito, ató las mangas y el capucho, echó allí las nueces, las llevó a casa y las repartió a los pobres. En tiempo de la cosecha de cereales iba Gil con otros pobres al campo y recogía las espigas que habían quedado. Si alguno quería darle de balde una gavilla, no la recibía diciendo: "No tengo graneros donde poder guardar el trigo." Las espigas que recogía las daba asi– mismo a los pobres. Cuando el Beato vivía con los monjes del monasterio Santi Quattro junto a Letrán, un día buscaba el cocinero un trabajador que le cer– niera la harina. Oyólo Gil, se ofreció y recibió, después de convenirse, siete panes por cada doce fanegas. Traía también agua de la fuente de San Sixto, ayudaba a cocer el pan y en premio le daban algunos panes ( 53 ). Más tarde fué en Rieti huésped del Cardenal Nicolao de Túsculo. A repetidas instancias del Príncipe de la Iglesia consintió por fin en comer con él, pero puso como condición que él mismo había de ganarse su pan. Marchaba, pues, a trabajar todos los días, ayudaba a recoger olivas y en otras ocasiones y cuando después se presentaba a la mesa, traía consigo el pan que había ganado con el sudor de su frente. Si por acaso el mal tiempo le impedía entregarse a su trabajo, se ofrecía al cocinero para barrer la cocina o limpiar cuchillos sucios y roñosos a cambio de algunos panes. Al acercarse la cuaresma se despidió de su excelso protector, para dirigirse con sus compañeros a un lugar solitario. Admirado y lleno de compasión le ( 5 3) lbíd., '81 s.

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