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VII. EL MANTENIMIENTO DE LA VIDA EN LA ORDEN FRANCISCANA T ODAVÍA no hemos acabado de considerar el ideal de pobreza fran– ciscana. El Poverello había resuelto el problema muy sencilla– mente: no poseer nada y usar tan sólo las cosas necesarias para la vida. Pero se presentaba otra cuestión: ¿cómo iban a procurarse los Frailes el necesario mantenimiento de la vida, dada su absoluta caren– cia dé toda posesión? Francisco respondió: deben ganarlo con el trabajo, y cuando esto no es suficiente, acudir a la limosna, pero de modo que no reciban dinero ni como salario del trabajo ni como limosna. Esta es la fórmula más breve a que puede reducirse la economía franciscana. Para apreciarla justamente y para conocer también en esto el idealismo evangélico de FrancisCJ, debemos fijar nuestra vista sucesivamente en esos tres factores: el dinero, el trabajo y la limosna en la economía doméstica franciscana. l. El dinero v el uso del mismo en el comercio habían alcanzado precisamente e~ tiempo de Francisco e.na importancia no imaginada hasta entonces. Verdad es que el dinero ya desde antiguo había sido empleado como objeto de cambio en ocasiones dadas; pero con el crecimiento de las ciudades y de sus mercados en la Edad Media fué cuando se hizo ordinaria la venta de productos naturales del campo a cambio del dinero de las ciudades. Hacia fines del siglo xn y co– mienzos del xm, el uso del dinero fué aumentando a costa del cambio de objetos en especie. A la fuerza del suelo y a la fuerza del trabajo del hombre vino a juntarse cada vez más la fuerza del capital; al poseedor de tierras y al jornalero se añadió el capitalista. También el poseedor de tierras y el jornalero trataron de hacerse capitalistas, el primero imponiendo sus haberes en empresas financieras y el segundo capitalizando en lo posible su salario, aquel salario que ya no le daban en forma de usufructo de tierras sino de ordinario en dinero. Con esto comenzó la lucha general de inte::eses. Enorme riqueza por un lado, miseria de las masas por otro, y en ambas partes una sed insa– ciable de dinero, tal vino a ser pronto la terrible señal del tiempo. 139
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