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124 LOS IDEALES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS los divinos, se propusieron firmemente no dejarse abatir por prueba alguna, ni vacilar por tentación alguna ni arrancarse por nada de los brazos de la dama Pobreza. Aunque la amenidad del lugar, que tan fácilmente puede perjudicar a la verdadera fuerza de alma, no dis– minuía en nada su fervor, sin embargo resolvieron marchar a otro lugar para que la costumbre de vivir largo tiempo en un lugar no les hiciera la impresión, por lo menos exteriormente, de tener alguna propiedad" ( 50 ). Continuaron, pues, sus correrías apostólicas hasta que, a distancia de 20 minutos de la Porciúncula, en Rivo torto, "río torcido", encon– traron una choza vacía. Ésta era completamente según el deseo de Francisco, "porque, decía, de la choza se va más aprisa al cielo que del palacio" ( 51 ). Pero el espacio era tan estrecho que los Frailes apenas podían sentarse o descansar. Para que no se molestaran mutua– mente cuando el uno quería descansar y el otro orar, señaló Francisco a cada uno su sitio, escribiendo en las vigas de la choza los nombres de cada cual. Allí vivieron, pues, en una extrema desnudez de todas las cosas. Como muchas veces no podían obtener pan, comían sólo nabos, que con mucha esfuerzo mendigaban en la llanada de Asís. Tampoco había iglesia ni capilla; y así los Frailes se reunían para los rezos comunes delante de una gran cruz de madera, levantada delante de la cabaña. Así vivieron hasta que un día llegó a la choza un arriero con su asno, y con sus descompuestas palabras vino a interrumpir el silencio de los Frailes. Y entonces dijo Francisco: "Hermanos, ya sé que no hemos sido llamados para procurar albergue a los asnos o dejarnos estorbar por los hombres, sino a procurar la salvación de las almas por medio de nuestra predicación, de nuestros buenos consejos, de nuestras oraciones y de nuestra gratitud" ( 52 ). Y con esto volvieron a la Capilla y casita de Porciúncula. Así marchó la cosa también los años siguientes, sólo que los Frailes "ambulantes que enseñaban la caridad" iban siendo cada vez más numerosos y se extendían más allá de los límites de Umbría, a la mayor parte de las provincias de Italia ( 53 ), y aun pasajeramente hasta Siria y Marruecos ( 54 ). Una o dos veces al año se reunían a capítulo (50) THoM. CEL. I, n. 34 s. (51) "Nam, ut ait sanctus, citius de tugurio quam de palatio in caelum ascenditur... " (52) THoM. CEL. I, n. 42-44; Tres Socii, n. 55. (53) En cambio hasta 1219 no entraron en algunas provincias italianas, según refiere JORDÁN DE GIANO, n. 3. (54) El mismo Francisco, con intención de convertir a los sarracenos, se dirigió en 1212 a Siria, y en 1213 a Marruecos (según ToMÁs DE CELANO I, n. 55 s.). En 1219 emprendió un nuevo viaje misional hacia el Oriente, como pronto vamos a mostrarlo.
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