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EL IDEAL DE POBREZA DE SAN FRANCISCO 119 En ningún caso permitía recibir de los que entraban algún objeto con el fin de emplearlo más tarde, cuando se presentara ocasión. Fray Pedro Catanii ( t 1221), siendo vicario del Santo, hizo notar un día que en Santa María de Porciúncula no se podía recibir debidamente a los Frailes huéspedes y pidió permiso para reservar parte de la hacienda de los novicios que entrabrn, para así poder sufragar a su tiempo los gastos hechos por los Frailes. Pero Francisco le respondió: "Lejos de nosotros, amado hermano, el faltar contra la regla por un hombre cualquiera. En caso de necesidad es preferible privar de sus adornos el altar de la Santísima Virgen antes que cometer aun la más mínima falta contra el voto de pobreza y contra la observancia del Evangelio. Más agradable será a la Santísima Virgen que su altar sea despojado por guardar perfectamente el consejo evangélico que no que permanezca su altar vestido, mientras se traspasa el consejo de su Hijo" ( 28 ). Todas estas ideas del Seráfico Padre se ven de nuevo reflejadas en el Capítulo II de la Regla definitiva, donde se dice: "Si algunos qui– sieren recibir esta vida y vinieren a nuestros Frailes, envíenlos a sus Ministros provinciales, a los cuales y no a otros se conceda licencia de recibir Frailes. Mas los Ministros les digan la palabra del Santo Evangelio que vayan y vendan todas sus cosas y procuren darlas a los pobres. Mas si esto no pudieren hacer, bástales la buena voluntad. Y guárdense los Frailes y sus Ministros de ser solícitos de sus cosas temporales para que libremente hagan de sus cosas lo que les inspirare el Señor. Pero si pidieren consejo, los Ministros pueden enviarlos a otros que teman a Dios según el consejo de los cuales sus bienes sean distribuídos a los otros. Después les concedan los paños de la pro– bación, esto es dos túnicas sin capucho, la cuerda, los paños menores y el caparón ( 29 ) hasta la cintura, salvo si a los mismos Ministros otra cosa según Dios alguna vez pareciere" ( 30 ). Así, pues, la renuncia tanto del particular como de toda la Orden a toda posesión era la más completa y conforme con el Evangelio que se pueda imaginar. Antes de entrar, todo postulante debía priva1:se de todo cuanto poseía y darlo a ser posible todo a los pobres; des– pués de entrar los novicios y profesos no poseían otra cosa que el (28) THoM. CEL. II, 11. 67; S. BoNAv., c. 7, 11. 4. ( 29 ) El caparón, por el que se distingue el hábito de los novicios del de los profesos, consistía en un trozo de paño que cubría la cabeza y las espaldas. Más tarde los superiores de la Orden hicieron uso del poder que les concede la Regla y ordenaron que también los novicios podrían llevar capucho, pero cosiéndole una tira de paño por delante, y en algunas provincias también por detrás. (30) Regula II, c. 2; Opuse., LEMMEN3, 64; BoEHMER, 30.

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