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108 LOS IDEALES DE SAN FRANCISCO DE ASÍS las funciones de su sagrado ministerio ( 59 ). La Iglesia romana echó mano de todas las medidas de dulzura y de rigor ( 60 ), pero sin con– seguir por desgracia resultado decisivo. Inocencio III lamenta todavía que la peste de la simonía no había podido ser curada con medicinas ni quemada con el fuego a pesar de todos los esfuerzos de sus prede– cesores ( 61 ). De esta manera el clero secular y los religiosos fueron perdiendo todo influjo sobre el pueblo bajo; éste suspiraba por pre– dicadores de la pobreza y se volvía a cualquiera que declaraba la guerra al avariento clero. Ahora bien, esto lo hicieron desde los últimos decenios del siglo xn los Pobres herejes en Francia, Italia y Alemania. Los Valdenses y sus secuaces se propusieron por objeto volver el clero y los legos al Evangelio, imitando la vida de pobreza y la actividad de los Após– toles. Pero en vez de realizar este ideal sometiéndose a la autoridad eclesiástica, se pusieron en oposición con la misma, la calumniaron, la cubrieron de injurias ( 62 ), causaron grandes estragos en el pueblo y al fin perecieron a consecuencia de su apostolado antieclesiástico. San Francisco, por el contrario, combatió este movimiento herético a favor de la pobreza, ejercitando y predicando la pobreza siempre guiado y favorecido por la Iglesia y en íntima unión con ella ( 63 ). Así la pobreza vino a ser el principal recurso de su apostolado verda– deramente evangélico, una bendición inmensa para toda la cristiandad y un manantial inagotable de popularidad para su Orden. Por eso estimaba a su Señora la Pobreza sobre todas las cosas del mundo y le correspondía con agradecido amor. A esto se añadía un tercer motivo: Francisco amaba la pobreza, porque él era un genuino caballero evcmgélico. Con esto llegamos a las consideraciones que acaban de explicarnos por completo esas mís– ticas relaciones amorosas del Santo con la esposa Pobreza. Como Cristo era el soberano Señor feudal de Francisco, así la pobreza era la dama de su corazón. Esto estaba en perfecta armonía con su caballeresca concepción de la vida. Pero no se podía concebir la caballería sin el amor de las (5 9 ) Cfr. MrCHAEL, Geschichte des deutschen Volkes, II, 2, 295, 297. (60) Véanse las decisiones de los Concilios III y IV de Letrán, y de los Sí– nodos Provinciales de aquel tiempo en MANs1, t. XXII. (61) "Quamvis ad abolendam simoniacam pravitatem a praedecessoribus nos– tris varia emanaverint instituta, usque adeo tamen ... morbus ille irrepsit, ut adhuc, peccatis exigentibus, nec levi potuerit medicamine nec igne curari." !bid. lib. 1, 261; M1GNE, Patr. lat. 214, 220. (62) Véase sobre el particular KARL MüLLER, Die W aldenser und ihre einzel– nen Gruppen, Gotha, 1886, 108-116; J. B. PIERRON, Die katolischen Armen, Fri– burgo de Brisgovia, 1911, 129 ss. (63) Cfr. supra, cap. IV.

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