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AMOR DE SAN FRANCISCO A LA POBREZA 107 bastón, porque el obrero es digno de su salario" ( 55 ). Primero Fran– cisco y poco después también sus discípulos comprendieron por dis– posición divina que ese discurso de Cristo a los Apóstoles al enviarlos a predicar había de servir de norma al apostolado franciscano ( 56 ). Sabemos que el fundador de la Orden vió en ello durante toda su vida una revelación propiamente dicha. No necesitaba más para tomar a la Señora Pobreza por compañera constante e inseparable en sus trabajos apostólicos. Eso mismo le aconsejaban las necesidades y las tendencias de aque– llos tiempos. Dinero y riquezas eran el santo y seña de todo el mundo en el siglo xn y a principios del xm. Verdad es que las Cruzadas despertaron en muchos corazones el amor a la vida pobre del divino Salvador; pero también dieron a conocer en Occidente la liviandad y los tesoros del Oriente y ocasionaron un ansia de posesiones y de goces, desconocida hasta entonces. Por desgracia también el clero se hallaba atacado de ese cáncer. En vez de preocuparse de la salva– ción de las almas, gran parte del clero pasaba su vida en frívolos juegos y en la holgazanería o se entregaba a negocios lucrativos y a ganancias escandalosas ( 57 ). El año 1200 Inocencia III lanza este tre– mendo reproche contra los clérigos de toda la Provincia de Narbona: "Todos, desde el más alto hasta el más bajo, se dejan llevar de la avaricia, buscan los presentes, son accesibles al soborno, de modo que por un regalo absuelven al impío y privan al justo de su derecho" ( 58 ). Los Prelados hacían en su mayoría una vida disoluta, llevaban lujosos vestidos, mantenían una gran corte y en sus viajes de Visita canónica se presentaban con un séquito tan numeroso, que con frecuencia los párrocos tenían que enajenar los ornamentos de iglesia para poder pagar las deudas causadas por esas visitas. Como los ingresos ordinarios no eran suficientes para satisfacer el lujo y la avaricia del clero, se echaba mano del triste medio de la simonía. Aunque los Papas desde Gregorio VII (1073) la habían combatido con energía, sin embargo esa horrible llaga seguía abierta en el cuerpo de la Iglesia. Los obispos inventaban mil medios y cami– nos para arrancar dinero a los simples sacerdotes. El clero bajo pro– curaba compensarse acumulando beneficios, dándose a la caza de testa– mentos y haciéndose pagar de una manera sórdida y escandalosa por (55) MAT. X, 8-10. (56) Cfr. supra, pág. 9. ( 57 ) Véanse las decisiones de Concilios de aquel tiempo en MANsr, Amplis– sima Collectio Conc.iliorum t. XXII, 224, 792, 819. ( 5 8) "Omnes enim, a maximo usque ad minimum, avaritiae student, diligunt munera, retributiqnes sequuntur, iustificantes impium pro muneribus et iusti ius– titiam auferentes.'' INNOCENTII III Regestorum l. III, 24; MIGNE, Patr. Lc1t., 214, 904.

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