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••• Aquella misma mañana vio bajar del cielo un serafín con seis alas de fuego resplandecientes. / Estando próxima la fiesta de la Cruz de septiembre, fue una noche el hermano León, a la hora acostumbrada, para rezar los maitines con San Francisco. Lo mismo que otras veces, gritó desde el extremo de la pasarela, y San Francisco no respondió. El herma– no León no se volvió atrás, como San Francisco se lo tenía orde– nado, sino que, con buena y santz intención, pasó y entró s.uave– mente en su celda; no encontrándolo, pensó que estaría en oración en algún lugar del bosque. Salió fue-a, y ft:.e buscando sigilosamente por el bosque a la luz de la luna. Por fin oyó la voz de San Francis– co, y, acercándose, lo halló arrodiJado, con el rostro y las manos levantadas hacia el cielo, mientras decía lleno de fervor de espíritu : -¿Quién eres tú, dulcísimo Dios mío? Y ¿quién soy yo, gusano vilísimo e inútil siervo tuyo? El día que precede a la fiesta de la Cruz de septiembre, hallán– dose San Francisco en oración ::-ecogido en su celda, se le apareció el ángel de Dios y le dijo de parte de Dios. -Vengo a confortarte y a avisarte que te prepares y dispongas con humildad y paciencia para re:::ibir lo que Dios qmera hacer en ti. Respondió San Francisco: - Estoy preparado para soportar pac:entemente todo lo que mi Señor quiera de mí. Dicho esto, el ángel desapareció. Llegó el día siguiente, o sea, ei de la fiesta de la Cruz, y San Francisco, muy de mañana, antes :fe amanecer, se postró en ora– ción delante de la puerta de su celda, cor:. el rostro vuelto hacia el oriente, y oraba de este modo: -Señor mío Jesucristo, dos gracias te pido me concedas antes de mi muerte: la primera, que yo experimente en vida, en el alma y en el cuerpo, aquel dolor que tú, dulce Jesús, soportaste en la hora de tu acerbísima pasión; la segur.e.a, que ye experimente en mi cora– zón, en la medida posible, aquel amor sin medida en que tú, Hijo de Dios, ardías cuando te ofreciste a sufrir tantos padecimientos por nosotros pecadores. 195 • ••