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recibiendo con amor cuantas humillaciones le habían .sobrevenido, que fueron muy numerosas. Imitador de San Francisco, en el gran libro de la naturaleza, leía las hermosas lecciones para santificar su alma. Beatos Agatángelo de Vendome (n. 1598) y Casiano de Nantes, (n. 1607, min. 1638, bb. 1904). Después de haber predicado la verdadera fe en Egipto y en otras comarcas, pasaron a Etiopía donde muy pronto fueron encarcelados, y sen– tenciados a la horca. Como faltasen las cuerdas, fueron ejecutados con el blanco cordón franciscano que cefíía sus hábitos. Beato Benedicto de Urbino, (n. 1560, m. 1625, b. 1867.) Distinguióse por su ardiente devoción hacia la Santísima Virgen a la cual acostumbraba visitar todos los días tres veces, en las imágenes que se veneraban en el convento. Con esta tierna devoción unió un gran desprecio del mundo y un mayor amor a la Cruz. Beato Angel de Acrio, (n. 1669, m. 1739, b. 1835.) Celoso predicador que dotado del cielo de un don especial arrancaba de continuo lágrimas a sus oyen– tes. Los temas f:;¡.voritos en sus predicaciones eran siempre el amor a la Cruz, a la Pasión y a los Dolores de María, que constituían sus devociones especiales, Beato Diego José de Cádiz, (n. 1743, m. 1801, b. 1894.) El gran apóstol del siglo XVIII, cuya elocuencia hace recordar los tiempos de San Vicente Ferrer, o de San Pablo. Recorrió toda la Península Ibérica a •pié dando misiones, cuyos frutos eran providenciales, por las ruidosas y estupendas conversiones de que solían ir acompañadas. Beato Apolf.nar de Possat, (n. 1739, m. 1792, b. 1926.) Habiendo marchado a París a perfecci9narse en las lenguas orientales y poder trasladarse a misiones de .infieles, le. sorprendió la revolución francesa y víctima de sus odios fue encar- celado y decapifado. · Beato Félix de Nicosia, (n. 1715, m. 1787, b. 1888.) Verdadero émulo de San Félix de Cantalicio, nuestro Beato ejerció en Roma las mismas funciones que San Félix, haciendo resaltar la simplicidad seráfica. Sus grandes devociones fueron la Sgrda. Eucaristía, la Pasión, y la devoción a la Santísima Virgen en el misterio de la Inmaculada Concepción y en sus Dolores. Beato Bernardo de O/ida, (n. 1604, m. 1694, b. 1795.) Entre el cortejo de vir– tudes de que se le veía adornado, sobresale su ardiente caridad para con los po– bres y abandonados. Obedientísimo, hasta el extremo de que llegado el momen– to de su muerte, pidé al P. Guardián permiso para partir de este mundo, dicién– dole que él quería morir por obediencia. Beato Bernardo de Corleón, (n. 1605, m. 1667, b. 1768.) Verdadero prodigio de mortificación y de penitencia, que continuamente iba cargado de cadenas y de cilicios, que incrustados en sus carnes le causaban llagas horrendas. Pué el con– solador de afligidos y en las grandes calamidades el proveedor de los hambrien– tos, a quienes socorría milagosamente. Beato Crispín de Viterbo, (n. 1668, m. 1750, b. 1806). Llamado el «Santo Alegre» por que jamás se le vió entristecido en los diversos oficios que ejerció en la Orden. Fué el modelo más acabado de devoción a la Virgen, en la cual te– nía una tierna confianza, pero a la vez ardiente y apasionada. Su mayor gusto era el arreglar y adornar con flores sus imágenes. Los más grandes personajes de Roma como Cardenales y el Papa, tenían sus delicias en _entretenerse en amena charla con el santo lego cocinero. Junto a estas figuras que hemos visto pasar ante nuestra vista con una rapi- xxx

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