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En Italia corregían los vicios con el ardor de Íos profetás el P. jerónimo de Narni, jacinto de Casale, Francisco María de Arezo, el Bto. Angel de Acrio, etc. etc. cuya labor apostólica nos recuerda los·trabajos que en España realizaba el Vble. P. Carabantes, recorriendo los pueblos de Andalucía y Galicia, desterran– do los vicios y saneaooo las costumbres,, No' olvidemos en esta lista el nombre del P. Miguel de Sant!lnder, y tributemos un elogio al gran orador del siglo XVIII a nuestro glorioso Bto. Diego José de Cádiz, de quien dice Menéndez Pelayo, que para juzgar de los portentosos frutos de aquella elocuencia, que fueron tales como no los vió nunca el ágora de Atenas, ni el foro de Roma ni el Parlamento inglés, basta acudir a la memoria y a_ la tradición d~ los ancianos. Debemos gloriarnos, de que a ti-avés de }os siglos, y a pesar .de tiempos tan calamitosos por los que ha tenido qtje atravesar ia •Orden Capuchina, no se ha– ya interrumpido esta lista intermin?ble de prediqadores del evangelio y de la verdad,pues aún está:1 en el recuergo y en la memoria de los pueblos, los sermo– nes predicados en el siglo pasado por el P. Esteban de Adoain, el P. Maria An– 'tonio de Toulouse, el P. Teobaldo Mathew, y Teodosio Florentini, cuyos traba– jos por el pueblo aba:1donado recordaremos en el p,árrafo siguiente. Los Capuchinos y las Obras Sociales. La palabr!l tierna y misericordiosa de Jesucristo «Misereor super tur– bam», resonaba de continuo en los corazones de los predicadores capuchinos, y llevados de ese am::>r al pobre, a~gustiados y enternecidos ante las miserias y los desgarradores ce.adras de dolor·'y de tristeza, que, a su paso entre las mu– chedumbres encontraban, no podían menos de exclamar y repetir con el Divino Maestro: Miserear SlllJer turbam; y ~u deseo de re111ediar tan deplorables cuanto urgentes desgracias, y de consolar afligidos corazones y de enjugar continuas y copiosas lágrimas, los capuchinos fundaron esas admirables instituciones socia– les, que sin tanto toato de la ciencia económica, sin tantas leyes de reformas sociales, resolvían en verdad las agudas cuestiones sociales y regeneraban al obrero, y llevaban la paz al hogar, la afición al trabajo, y la riqueza y el engran– decimiento a la patria. Si la sociedad ci•, il, libre de prejuicios anti-religiosos y enemiga en general · de las órdenes religiosas, estudiara la labor benéflca que ellas realizaban por la sociedad, encontraría aquí las verdaderas ensefiánzas para resolver sus cues– tiones sociales, que :an pavorosas se presentan en mucha.s ocasiones. Los capuchinos fueron en el siglo XVII los que abren numerosas farmacias populares, entre las que sobresale la del conventOde Santiago, dirigida por el célebre farmacéuticc P. Angel de Farís, tan honra.do y distinguido por el Rey de Francia, Luis XIV. El P. Teobaldo Mathew (1790-1856) llamado el Regenerador de Irlanda» por sus populares instituciones de «la Templanza» en la que sus afiliados se abs– tenían de bebidas alcohólicas, evitando con esto la embriaguez y la degrada– ción de la raza; y la de «Escuelas Industriales» con el fin de combatir la pereza y flojedad. La asociación de «La Templanza» contó al poco tiempo de su insti– tución nueve millones de afiliados, ·y se extendió rápidamente por Inglaterra, Escocia y América. · Los sabios y economistas tuvieron un gran predecesor en el P. Ludovico XXIV

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