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predicador capuchino era ei que Iienaba ·con su fama de ap·óstol y de santo las regio_nes y comarcas italianas. El F. Angel de la Chiesa de Savo:ze, ei-a en .1534, el que.reparaba con creces el escándalo , que el año antedor, causara el'I Veneéia el F. Ochino, borrando con su elocuencia, virtud y santidad la n·ota desfavorable que sobre los capuchinos había recaído en aquella iglesia; Y ·glórias son de la oratoria sagrada, en este siglo XVI, el F; Jerónimo de Soriano, cuyos 'sérmon'es de tres horas eran escuchados a veces por m~s de 25.000 hombres, eü los cuales provocaba a voluntad la risa o las lágrimas: Compañero suyo, aunque no de elb~ cuenda tan arrebatadora fué el P. José de Perno; como predicador de extremada dencia fué el P. jerónimo de Pistoya, consejero de Pío V en la expedición co11- tra los Turcos, y delegado en el Concilio de Trento. En Italia quedó grabada con caracteres indelebles la figura excelsa ·del mi 0 sionero español P. Alfonso Lobo, de quien necía, 40 años después de haberle oído predicar, el Emmo. Cardenal Federico Borromeo, «que era el"primer orador de su tiempo, y pudiera ser de todos los tiempos.» Con la rápida propagación de la reforma protestante en todos los países de Europa, principalmente en los centrales, los capuchinos tuvieron y enconttarón donde desarrollar su actividad y el fuego de su celo; y Suiza inf:cionada por el calvinismo escuchó la palabra entusiasta del P. Querubín.de Maurienne, Espíritu de Beaumes, y Antonio de Tournon, que siguiendo el ejemplo de su caudillo y abanderado S. Pide! de Sigmaringa, trabajaron con tanto ardor e ~ntrepidez, que según _el testimonio de San Pedro Canisio, eclipsaban la labor e.e los Jesuítas. En Francia nos encontamos con el P. Honorato de Cannes, cuya elob.tencia persuasiva debió sorprender al P. Lacordaire, escribiendo después de oir a estos oradores humildes del siglo XVI, aquel elogio sublime, pronunciado desde la cá 0 tedra de Ntta..Sñra. de París: ...... Quiéri podrá; quién osará hablar así al pue– blo, sino elapós-tql del pueblo, el capúchino, con su cordón y sus pies desnu– dos.?,....• El pobre necesita como vosotros; (hombres de las ciudades), elatrac-· tivo de la palabra, tiene entrañas para coninoverse, lugares del coraz6n donde duerme -la verdad, y donde debe sorprenderla la elocuencia y despertarle en ·so– bresalto. Dejadte"oir a Demóstenes, y el Demóstenes defpueblo es el Capuchino. De mayor talla y elocuencia fué sin duda el P. José de Morlaix, pero ha caí'– do su excelsa figura en el olvido, y para nada se acuerdan sus ciudadanos de es– te hombre eminente en ciencia y en virtud, y que sería una de las mayores glo– i:ias del pueblo francés. En Alemania, el mejor panegírico que podemos hacer de nuestros religiosos, es el citar las palabras del obispo de Maguncia, quien entre las causas que indi– ca por las cuales la Iglesia de Alemania se salvó del inminente peligro tenido en el siglo. XVII, señala el apostolado fecundo de 1os Capuchinos. Y en Bohemia, y en Hungría, y en Polonia se inmortalizaron por sus trabajos apostólico·s un San Lorenzo de Brindis, un Bto. Benedicto de Urbino, el sabio teólogo Veriano de Milán, cuyas huellas seguían muy de cerca en el Palatinado, ,Hancvre y Franco– nia, los PJ. Procopio de Templin, Martín de Cochen y Marcos efe Aviano, ,gran– des, batalladores e incansables polemistas, y celosos predicadores contra la he– rejía protestante: Cuando la guerra de treinta años desvastaba las regiones de Baviera y del Tiro!, allí corrieron los capuchinos con ardiente celo;" · y sin igual entusiasmo, de levantar las ruinas materiales y morales de aquellos -pueblo·s abandonados. · · XXIJI

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