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éáS hombres de tanta valía como los PP. Antonio María de Reita, inventor del telescopio binocular, perfeccionado después por el P. Querubín de Orleans; el P. Valeriano Magno de Milán descubridor del barómetro al mismo tiempo que Torricelli; el P. Cándido de Maglian_o a quien se debe la notable invención de la Pluma Fuente, .(Pluma estilográfica); han sobresalido como insignes astróno– mos los misioneros BE. Agatángelo y Casiano, y el célebre P. Crisó{ogo de Gy; en el estudio de las ciencias naturales han descollado los eminentes botánicos Cqstillo!e y Fortunato de Rovigo. Sin citar los numerosos escritores de trabajos lingüísticos, qué serían innumerables, cerramos esta lista de nombres, sin mén– tar tan poco los artistas en pintura, música , etc., que a la vez que engrandecían el arte con su E¡!Studio, llenaban de gloria y de esplendor a la iglesia y a la or– den seráfica. Los Capuchinos y la Predicación. Nos complacemos eri gran manera al delinear el presente trabajo el hacer resaltat cómo nuestros mayores no perdían nunca de vista en su método de vida las huellas del Serafín de Asís. Donde se esforzaron de una manera extraordi– naria, en seguir la senda luminosa del Poverello de la Umbría, fué en aquel en– cendido .celo por las almas, que impulsaba al Heraldo del Gran Rey y le hacía ~ecorrer las calles y plazas, y le impelía a atravesar los mares. con el fin de que todas amasen al Amado y cantasen a su Dios y a su Señor. Los primeros Capuchinos, copiando muy al vivo en su mente y en su espíri– tu las enseñanzas, que ·sobre la predicación dejó escritas San Francisco en su Regla , en una época e.n que la palabra divina era vergonzosamente prostituída desde los púlpitos, donde no se oían otras citas que autores tan profanos como Esopo y en donde todos los oradores concluían sus discursos o sermones, can– tando algunas estrofas del Petrarca y de Ariosto: en esta época de profanación de la Cátedra Sagrada, los capuchinos fueron los primeros en señalar los nuevos . derroteros del púlpito, predicando con sencillez la doctrina y verdad del Santo Evangelio, como lo enseñaba la Regla y lo determinaron los primeros estatutos de la Orden en 1529. Muy en breve los sencillos predicadores se ganaron las simpatías del pueblo, que llegó aborrecer a los predicadores ampulosos y profanos; y a tal extre– mo llegaron los deseos que sentían de escuchar la doctrina evangélica, que to– dos los pueblos y ciudades de Italia se disputaban por tener predicador Capuchi– oo; descollando en esta preferencia, el celebérriino P. Bernardino de Ochino, el gran coloso de la Oratoria Sagrada, el predicador ansiado por todas las ciudades y a tal extremo llegó la rivalidad de las ciudades por oírle predicar, que tuvo que intervenir el Papa señalando el luga·r donde había de predicar sus cuaresmas. Mas estos días de tanta gloria para la Orden se eclipsan un tanto, con la ruidosa caída de Ochino, cuya infamia publicada a los cuatro vientos de Italia, llevó consigo a todos sus hermanos en religión la pena y castigo de su pecado, pues se les prohibió predicar. Pero, así como, luego de horrísona tempestad, aparece el sol más brillante, y creemos sér más placentero su benéfico influjo, tal fué lo acaecido en la Orden Capuchina, cuando pasado este parcial eclipse, volvieron a aparecer en público; pues lucieron días más esplendorosos, se recogieron más opimos frutos, y el XXII

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