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Carlos III, y pudo levantarse un pueblo heróico y aguerrido, que hirió de muer– te al gran genio de la guerra Napoleón, que ansiaba hacer de Europa, el jar– dín de sus delicias, y de las Naciones, juguetes de sus caprichos. El Bto. Diego, se ha escrito, y no sin fundamento, fué el hombre de Esta– do por ,su fe y por su genio, que salvó a su patria. Embajadores de Reyes y Legados Pontificios. Si muchos capuchinos han pasado por los campos de batalla en las duras ho– ras del combate, exhalando cual humildes y desconocidas violetas, los aromas y perfumes de su virtud; y si los nombres de esa pléyade inmensa, que ha sucum– bido, en aras del más férvido, puro y entusiasta patriotismo, quedan ocultos a las generaciones, con todo, no han faltado en la Orden Seráfica hombres eminentes, que en las horas acerbas en que se cernían en el horizonte presagios de luchas inminentes, eran buscados por Papas, Reyes, Emperados y Príncipes, para que ejerciesen y desempeñasen cerca de las otras cortes europeas, las más delicadas gestiones; y los nombres de estos esclarecidos capuchinos fulguran a través de los siglos con esa aureola de inmortalidad, que la historia concede a los hombres abnegados y sacrificados por la patria, cuyo brillo no puede amortiguar la acción destructora del tiempo. Porque hoy brilla como brillaba ayer, la figura excelsa y atrayente de San Lorenzo de Brindis, Grande de España, por las honrosas comisiones que hubo de desempeñar en nombre del Papa Paulo V cerca de la corte española, quien a la vez lo enviaba como su embajador al Congreso y Dietas de Baviera en 1610. Como consejero intimo de Paulo V, recordará la historia el nombre del F. Jerónimo de Castro-Ferrato, y por no ser prolijo, pasemos por alto el nombre del P. José de París o José de Tremblay, para quien solicitó el Rey de Francia, Luis XII, la púrpura cardenalicia, como premio a las delicadas embajadas desem– peñadas e'n diversas Cortes de Europa; y lleguemos a saludar al español P. Die– go de Qu"iroga, .consejero de Felipe II y de Felipe III, y confesor de la Empera– triz María de Austria, de la Reina Ma·riana esposa de Felipe IV y de su hija Ma– ría Teres'~; y admiremos por un instante la labor del P. Valeriana Magno (m. 1661) elegido por Urbano VJII Prefecto Apostólico de las 111isiones de Polonia, Bohemia, Hungría y Alemania; y encargado de desempeñar el oficio de Embaja– dor con los Pontífices Paulo V, Gregorio XV, Urbano VIII, Inocencio X.; tribu– temos un recuerdo al P. Emerico Sennel (m. 1685) de quien , no podía separarse Leopoldo hijo de Fernando III de Hungría, y terminemos estos apuntes, dejando en el silencio a hombres tan eminentes como al diplomático P. jacinto de Casal, con el recuerdo del P. Marcos de Aviano, el vencedor de los turcos, el liberta– dor de Viena, que a su muerte fué enterrado en el mismo sarcófago de la familia imperial, y mereció _que el mismo Emperador escribiera su epitafio, que es el más glorioso monumento que se ha podido legar a la posteridad. Los Capuchinos y la Ciencia. No ~s en el fragor de la lucha; ni en el ruido del combate, ni en los azares de la batalla; ni en la vida agitada de los hospitales, donde el capuchino ha lo– grado escribir páginas brillantes e inmortales de su celo y de su actividad .inago- xx

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