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Franco Condado (1668) 80 capuchinos eran los que sacrificaban sus vidas por amor de sus hermanos apestados; y es sublime el comportamiento de nuestros religiosos durante la epidemia de Marsella, que después de caer víctimas del terrible azote muchos religiosos , al verse el Sr. Obispo de la diócesis apenas sin sacerdotes, para asistir a los apestados, acudió al convento de los Capu– chinos a la hora de la comida, y entrando Mgr. de Belsuncé en el refectorio, donde estaba reunida la Comunidad, al exponer la triste sihtación en que se en– contraba, pues la mayoría de sus sacerdotes habían m,uerto, y los otros estaban en grave estado, aquellos capuchinos sin que terminara el Sr. Obispo su discur– so, y sin preocuparse de la alimentación, se ponen de rodillas, piden la bendi- ción al Obispo, y corren al sacrificio y a la muerte. , El pueblo ha tenido siempre en todas sus públicas calamidades muy cerca de Rí al Capuchino, que le ha consolado, ha enjugado sus lágrimas; porque el Capuchino es, según la hermosa frase de Gaume, el padre de los. pobres', el ver– dadero consolador de los afligidos, y paño de lágrimas del pueblo; y cuando sus mismos familiares los han abandonado, por temor al contagio, el capuchino los ha tomado bajo su cuidado, y en muchas ocasiones solos y sin ayuda, se han visto obligados a cargar los cadáveres sobre sus espaldas, y así transportarlos al cementerio, como aconteció en la peste de Chambery en 1866. Los Capuchinos en las guerras. Si triste y doloroso es el espectáculo de un pueblo, cuando la peste le diez– ma y le consume, f!láS triste, horrendo y desgarrador espectáculo ofrece a las miradas de los hombres, cuando ese pueblo y esa nación se ven sumidos en car– nicera guerra, en la que caen teñidos en su propia sangre los fuertes y la vigo– rosa juventud, por conservar inmune la independencia de su pueblo, la entereza de su raza, y la Hber'tad de sus creencias religiosas. Mas en estas horas de tristes recuerdos, en estos momentos de crueles in– certidumbres y de mortales agonías , no han faltado jamás, en los campos de ba– talla, religiosos capuchinos llenos de valor y de entusiasmo heroico, que derra– maban amanos llenas las ternezas de su corazón sobre aquellos corazones do– loridos, pero que a la vez brotaban de sus labios palabras de alieiito, que en– cendían en los combatientes sus entusiasmos apagados, y los llevaban a la más cumplida y grandiosa victoria. Desde el año 1535 en que el P. Buenaventurnde Radicena embarca en la flota_de Carlos V, que se disponía a la conquista de Túnez, hasta la última gue– rra de 1914, que recuerda la historia, difícil será encontrar batalla sin la asisten– cia de algún capuchino. Si Malta en 1561 se ve libre del terrible asedio de Mustafá y de Dragut, de– bido es al consejo del F. Roberto de Eboli, que anima al pueblo hasta.el último momento; .y cuando recuerde la historia el triunfo brillante, alcanzado en las aguas de Lepanto por las Galeras Pontificias, Españolas y Venecianas manda– das a las órdenes de nuestro Gran Don Juan de Austria ,. recordemos con orgu– llo que 30 Capuchinos se encontraban en aquella .lucha, prestando a las tro– pas, cuantos auxilios materiales y espirituales necesitaban: y cuando Hungría y Servia canten las hazañas de sus héroes, y entonen himnos a los defensores de su libertad y,de su i'ndependencia, sus mejores trovas, sus cantos más entusias- xvm

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