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quien llegó a dominarle de tal manera que le inficionó con sus teorías heréticas, las cuales expuso el f. Bernardino en varios sermones. Las acusaciones que . contra Ochino llegaban a Roma, eran recibidas por el Papa con un tanto de te– celo, en algunas ocasiones ninguna importancia les prestaba, por tratarse de un hombre de tan extraordinaria ciencia y reputación, que ei mismo Papá hubo de intervenir para señalar la ciudad donde había de predicar, pues las ciudades y príncipes todos de Italia se afanaban por escuchar sus predicaciones. Con motivo del disgusto tP.nido en Venecia (Cuaresma 1542), el Papa: lo man– dó llamar a Roma (15 de Julio) con el fin de consultarle algunas cuestiones. Ochi– no, reconociendo su culpabilidad, teme obedecer, y por mediación del Cardenal Farnese solicita una prórroga de tiempo, pero en el entretanto de estos trámi– tes, recibió otra carta del 27 de Julio en la que le ordenaba que en virtud de Sánta Obediencia, se presentara en Roma a. la mayor brevedad posible. Puesto en ejecución el mandato del Papa, y cuando más ansioso se encon– traba de vestir la púrpura card,enalicia, para la cual había: sido propuesto en Oc– tubre del 1539, trabó conversación en Florencia con el agustino Pedro Vermi– gli, quien le manifestó que en Roma no le esperaba la púrpura: sino la cárcel y la condenación, y siguiendo sus consejos optó por tomar su defensa en la .huída, y seguir él camino de Ginebra poniéndose al lado de Calvino. La apostasía deOchino causa en Roma gran consternación. Victoria Co– lonna la gran entusiasta y admiradora de Ochino, y qu~ en un principio atribu– yó a envidia las acusaciones contra el f. Bernardirw , al saber la apostasía rom– pió resueltamente cbn él, se mantuvo firme en el campo católico, y las dos car– tas que recibió del Ex-Vicario General justificando su actitud en su desvío, las remitió al Carde.na! Cervirii, y niiigu.na clase de amistad se permitió en adelante "'•·' ' ·. . ( con él. Los enemigos siempre v;gilantes en la brecha, se levantan como un solo hombre, pidiendo la supresión de una Orden, que había tenido por fundador al mayor apóstata del tiempo, y al más rebelde a la Iglesia Católica y Romana. Al enterarse el Papa de lo acaecid<? en la Orden Capuchina, por carta que tuvo la desfachatez de escribirle el mismo Ochino, fué tal la indignación, que al pasar por Terni y divisar el Convento de la Reforma Franciscan°a, .exclamó: «Pronto no quedarán Capuchinos, ni conventos de los tales. » Los mismos Cardenales se sumaban a estos deseos del Papa y le proponían la supresión total de la Orden. . Tan solo, en aquella ocasión de horizontes tan ennegrecidos se levantó una ráfaga de luz que iluminara situación tan tétrica, y despejara tormenta pre– füJda de síntomas -horrendos de destrucción. Pué la voz del Cardenal San Seve– rino, que aconsejaba se obrara con calma, y se tomaran con cautela las deter– minaciones. Paulo III sigue el parecer del Cardenal, y encarga a Carpi, Protector de la Orden Seráfica, reuna en Roma a todµs los Superiores de la Orden con el fin dé examinarles en la fe. Te.nido el exámen se ve que no hay fundamento para suprimirla, pero se les prohíbe predicar. Para suplir la vacante de Ochino, es nombrado Comisario General el Padre Fray Francisco dejesi, elegido Vicario General :en el •Capítulo. celebrado en Roma, y su primera medida de gobierno fué girar I& Visit& a tod&s l&s Provin, cias, examinando la pureza de la fe. · · XlV

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