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Hecha la radiografia y dictaminado por el radiólogo que se trata– ba de una flecha enterrada veintisiete centímetros, dirigida de derecha a izquierda y de arriba abajo, enterrada en el pedículo renal y dirigida entre la vena cava y aorta, el doctor Amado dio órdenes para que me prepararan el pasaporte para el otro mundo. Monseñor Turrado, que se hallaba allí casualmente, fue quien me administró los últimos sacra– mentos. Casi a las veinticuatro horas exactas de haber sido flechado a ori– llas del río Tucuco por las manos alevosas de los motilones, otras manos sabias y cariñosas me extraían la flecha con el mayor cuidado del mundo. Me rajaron por delante y por la espalda. Cuando terminaron la operación, el doctor dijo: la Providencia divina que dirigió la flecha con tanta delicadeza entre las dos venas fundamentales, esperamos que habrá dirigido con acierto nuestro bisturí y que hará lo que falte para salvarle la vida. A los pocos días después, hube de ser sometido a otra operación: des– cubrieron una enorme infección en la pleura, de la que extrajeron más de un litro de pus. También ahora Dios nuestro Señor ayudó. Y gracias a Él y a los buenos cuidados de los doctores y las enfermeras hoy, a los dos meses del suceso, se lo estoy contando tranquilamente en mi habita– ción de Machiques . .. » Todavía hubo de ser ingresado en el hospital en varias oca– siones. Para un mejor restablecimiento pidió venir a España, y así lo hizo el 25 de agosto de 1948 en uno de los primeros vue– los realizados por la compañía Iberia entre Venezuela y España. Su restablecimiento fue casi completo. En el año 1950 fue destinado al Colegio Internacional de Roma, con el fin de desempeñar el oficio de sastre. Allí tuvo la suerte de ser entrevistado por Pío XII, que tenía gran interés en ser informado sobre el estado de las misiones y de las vicisitu– des por las que hubo de pasar nuestro hermano al haber sido flechado por los indios motilones. 93
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