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Febrero En el aspecto material, hubo de hacerse cargo de las obras en la iglesia y casa-misión de Santa Elena del Uairén, una pequeña obra de arte salida de sus manos que admiran cuantos la contemplan. Otra gran obra alumbrada por nuestro religioso en benefi– cio de los indígenas fue la planificación y desarrollo de la gana– dería que se convirtió, y lo es actualmente, en la gran fuente de ingresos para el mantenimiento de los internados y de la mi– sión. En alguna ocasión «el hato» llegó a tener hasta mil cabe– zas de ganado, algunos de cuyos ejemplares fueron importados de Brasil. Según nos relata uno de sus compañeros, a esta obra dedicó especiales cuidados, procurando mejorar la calidad del ganado que allí tiene la misión. «Conocía las vacas charolai, angus, pardas y de búfalas. Importó un lote de estos bichos abundosos en leche grasa, humildes como los faki– res, pues se pasaban las horas en los charcos del inmenso hato. Estaba orgulloso Diego de sus capacidades pecuarias. Nunca dudaba de sí mismo. » Nuestro protagonista se movió por el mundo haciendo gala de una exquisita diplomacia que contribuyó, sin duda, a pro– porcionarle notables éxitos en todos los asuntos que caían en sus manos. Sus condiciones de buen político le abrieron el cami– no para trabar amistad con importantes personalidades de la vida pública venezolana que él aprovechó no en el propio inte– rés, sino en beneficio de los indígenas y en defensa de las misio– nes contra el caciquismo y los explotadores de la región. Muy especiales fueron las relaciones de amistad con la máxi– ma autoridad de la República, don Rafael Caldera, del que fue un gran amigo y colaborador. El 20 de noviembre de 1947 se presentó personalmente en Santa Elena para informarse sobre ciertos asuntos y comentarios que circulaban referentes a la 84

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