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Nuestro biografiado tuvo más suerte que otros religiosos que fueron directamente perseguidos y se vieron forzados a pa– sar por la cárcel. Él pudo obviar las dificultades inherentes a la revolución agregándose a la lista de los protagonistas del exilio: su nuevo campo de apostolado sería Miami (USA), entre los ciu– dadanos cubanos que, por razones políticas, se habían visto obligados a abandonar su patria. Después de pasar unos días en Caracas, recibió autorización del padre general para estudiar inglés en Washington, donde permaneció dos meses . El definitorio provincial le encargó gestionar la posibilidad de una fundación en Florida, preferentemente en Miami, con el fin de poder atender más fácilmente las necesidades espiritua– les de los cubanos, dada la escasez de sacerdotes en la diócesis capacitados para este ministerio pastoral. Causas muy variadas, independientes de los religiosos, hicieron imposible esta funda– ción: el señor arzobispo le nombró ayudante en la parroquia de la Natividad, pero se negó desde el principio a admitir una fun– dación en su diócesis, aunque sí estaba dispuesto a recibir reli– giosos y sacerdotes seculares de habla hispana para ejercer su apostolado entre los cubanos. Idéntica respuesta recibió el her– mano Andrés Álvarez en sus gestiones ante los obispos de Atlanta, San Agustín y Mobile, en Alabama. Muy diferente fue la actitud del prelado de Nueva Orleáns, Mons. Rummel, que consideró muy beneficiosa la presencia de los capuchinos para prestar sus servicios religiosos: les permitió comprar o rentar una casa para facilitarles la vida en comuni– dad e incluso les auguró la posibilidad de que algún día po– drían regentar una parroquia. La oportunidad llegó cuando quedó vacante la parroquia de Santa Teresa. 73

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