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Febrero En un ambiente con estas características no era difícil que surgiera la vocación religiosa: «. . . Al final del verano de 1934, cuando solamente tenía once a:ños, ingresé en el seminario de los padres capuchinos de l!,'/ Pardo. Mi vocación, si puede llamarse así en aquella temprana edad, se debió principalmente a la influencia del padre Laureano de Las Muñecas, un capuchino hermano de mi madre, y a la devoción de mis padres que alimentaron mis infantiles deseos . ..» En unos apuntes autobiográficos narra las aventuras y andanzas por las que hubo de pasar durante los acontecimien– tos bélicos de 1936. Apunto algunos párrafos de su narración: « . . . El acontecimiento más importante de esta primera etapa en el seminario ocurrió dos años más tarde, en julio de 1936, cuando se des– ató la Guerra Civil y fuimos expulsados del convento. Fue un día dra– mático que ya se preveía... Durante casi tres años, más de cien niños entre los once y dieciséis años se vieron separados de sus familiares; a algunos se les envió a Francia, otros a Bélgica, otros permanecimos en España en la llamada «zona roja», pero mucho más desconectados de la familia que los que habían salido al extranjero. Durante el tiempo que duró la guerra no tuve comunicación telefónica ni epistolar con mis padres ... » En una curiosa narración cuajada de detalles pintorescos narra nuestro hermano Andrés las aventuras de novela, con tin– tes de tragicomedia, que hubo de sufrir desde su deportación a Valencia hasta el final de la contienda bélica: « ... Nuestro primer destino en válencia fue un asilo de ancianos . .. El ambiente era deprimente: la suciedad, la poca higiene y el mal olor. No podíamos soportar ese tipo de convivencia. Por eso, a los pocos días de nuestra llegada al asilo,julio Santos (padre Andrés de Montealegre) y yo decidimos abandonarlo y vivir por nuestra cuenta. Nos escapamos una noche llevando en una caja de cartón las pocas pertenencias que 70

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