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suficientemente fuerte para ser misionero, aunque en mí había un gran deseo. Y cuando me comunicaron que marchaba a América, sentí una gran alegría y me dije que había ya cumplido con mi vocación. » En 1954 se hizo cargo de la dirección del Seminario Seráfico de Mérida, conjuntando esta responsabilidad con el oficio se superior, para el que fue elegido en 1958. Siete años estuvo en lo que fue su primera residencia ftja en Venezuela. Y a continua– ción, treinta y ocho años ininterrumpidos en La Merced de Caracas (1961-1999), donde inició su estancia con el cargo de supenor. Los presagios que ya tenían en España sobre su estado de salud no se hicieron plausibles de manera ostentosa hasta los últimos años de su vida. Menguadas sus fuerzas y reducidas sus actividades, el corazón comenzó a dar muestras de cansancio y fue necesario implantarle un marcapasos en septiembre de 1999. El día 29, fiesta de San Miguel, cruzaba por última vez lo que había sido su oficina de trabajo durante más de veinte años, «la Porciúncula», sede de la OFS de La Merced. Al día siguiente se trasladaba a lo que sería su última resi– dencia: La Chiquinquirá de Caracas . Con un desgaste general de su organismo se vio obligado a guardar cama desde media– dos de diciembre. El 31 de enero recibe la visita del médico que constata el deterioro general de su salud y se ve incapaz de esta– bilizar sus funciones vitales. Conservando la lucidez mental hasta el último momento, un infarto puso fin a su vida el 1 de febrero de 2000. Con su vida se cerraron también los cuarenta y ocho años de trabajo apostólico en Venezuela. Una faceta muy peculiar caracteriza, entre otras, el ministe– rio sacerdotal de este religioso capuchino: el apostolado entre los miembros de la Orden Franciscana Seglar. El autor de la noticia necrológica del padre Avelino en el BOV no escatima 63

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