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Febrero juicio en Madrid y, finalmente, su no menos pintoresca libera– ción y el encuentro fortuito con algunos estudiantes de El Pardo que también habían sido deportados a Valencia. «Un buen día, sin saber por qué, me pusieron en libertad (. .. ). Desde Añover del Tajo llamé por teléfono a mi familia. En mi pueblo nadie tenía teléfono; mi padre sí, porque era electricista y la compañía le tenía puesto el teléfono. La llamada la atendió mi madre y al sentir mi voz se desmayó. Sí, sí se desmayó. Claro, creían que habíamos muer– to (. .. ). 10 me quedé dos días con mi familia. Luego hubo Capítulo y me nombraron guardián de jesús de Medinaceli. Así concluye esta aventu– ra. En alabanza de Dios y de su siervo Francisco, como dicen las Florecillas. » Esta narración, de la que he seleccionado algunos párrafos, la realizó el padre Cedillo viva voce en Caracas, el 27 de noviem– bre de 1997. Al acabar la guerra fue nombrado guardián de Jesús de Medinaceli, como se ha indicado anteriormente. Luego lo será de Salamanca (1942) y Bilbao (1945). En 1948 estaba en la comunidad de León y, en 1951, dirigiendo la Casa de Ejercicios en San Antonio de Cuatro Caminos. La segunda etapa de su vida se inició en la isla de Cuba, a donde fue enviado como colaborador de la parroquia de Santa Clara en 1952 y desde donde pasó, tras una breve estancia, a Venezuela, en 1953. Antes de salir hacia Cuba había experimen– tado algunos momentos de desilusión, pensado que su salud le impediría cumplir plenamente con su deseo: «No me consideraba lo suficientemente fuerte en salud. Comprendí que para ser misionero, para estar en una misión viva, había de ser un hombre fuerte. A través de la experiencia que me transmitieron los misioneros capuchinos españoles comprendí que mi salud no iba a ser 62

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