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Febrero tehano, pasando seguidamente a León para completar los años de teología que ya tenía iniciados en el seminario de la ciudad toledana. El 16 de septiembre de 1934 emitió la profesión solemne y trece días más tarde recibió el diaconado en la cate– dral de Astorga. El 22 de diciembre del mismo año fue ordena– do de presbítero en Madrid. La primera siembra de sus trabajos sacerdotales la realizó en El Pardo, a cuyo colegio pasó desde Madrid como profesor en 1935. Y aquí tuvo también la ocasión de gustar los primeros sor– bos del cáliz amargo que, el hecho de ser religiosos, nos marca para siempre como testigos cualificados de Cristo. Llegó la Guerra Civil española. Por su especial interés quie– ro recordar algunos párrafos de una extensa narración personal de sus experiencias durante la guerra, titulada «La historia de un martirio frustrado »: « .. . Yo estaba en El Pardo. Era profesor de latín. Salía todos los días a Madrid a estudiar en la universidad (. .. ), no llevaba hábito, vestía de seglar y no llevaba barba. Ya entonces, por el ambiente que se respi– raba, no se podía uno identificar como religioso (. .. ) En aquel clima nosotros los religiosos estábamos muy alarmados sobre todo a raíz del asesinato de Calvo Sotelo. El coronel del Cuartel de Transmisiones de El Pardo nos había ase– gurado que no se irían sin llevarnos a nosotros con ellos. Lo cierto es que el día en que estalló la guerra se fueron por la mañana sin decir– nos una palabra. El 21 de julio estábamos los frailes en el comedor cuando vimos un tiroteo tremendo; las balas entraban por las ventanas (. .. ) Mientras tanto el superior abrió las puertas a los milicianos y reu– nieron a todos en el patio, amenazándoles que les iban a fusilar. Luego les llevaron al cuartel de El Pardo, que estaba vacío porque se habían ido los militares. Dos comunistas subieron al dormitorio (donde me 60

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