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Diciembre Estos albores de su vida sacerdotal fueron también el inicio de una actividad que dejaría huellas marcadas para muchos años: la predicación popular. Incansable evangelizador de pue– blos y ciudades, recorrió toda la geografía nacional predicando el Evangelio; con una enorme proyección en las almas de cuan– tos tuvieron la suerte de escuchar sus palabras en el púlpito o a través de los medios de comunicación. Luego llegó el Concilio Vaticano II con nuevas pautas y nue– vas aperturas que trató de asimilar; pero sin meter el freno a tope en sus extenuantes andanzas apostólicas tradicionales, se dio de lleno a trabajar en el campo más reducido de su entra– ñable ciudad de Salamanca mediante la radio, la prensa, el apostolado de la pluma y el irrenunciable ministerio de la con– fesión ... Durante los últimos años, el padre David vivía retirado en el convento como consecuencia de su avanzada edad y de sus pro– blemas de salud, principalmente de la ceguera casi total que padecía. Aceptó con serenidad y paciencia este contratiempo que le resultaba tanto más duro cuanto más le impedía dedicar– se a algunas de sus ocupaciones preferidas: leer, escribir, admi– rar el arte o disfrutar de la naturaleza, para la que tenía una especial sensibilidad. Pero la ociosidad o el aburrimiento siem– pre estuvieron ausentes de su mente; por eso fue una referencia viva de vocación franciscana y sacerdotal para todos los herma– nos a quienes apoyaba en su trabajo, bien confesando, aten– diendo a quienes solicitaban su ayuda espiritual o siendo un tes– timonio vivo de oración. El 19 de diciembre de 2001, cuando las calles se llenaban de estrellas lucientes para celebrar la Navidad y los estudiantes derrochaban alegría en su rostro ante la inminencia de las vaca– ciones, moría en Salamanca el popular capuchino, dispuesto 538

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