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1936: se encontraba entonces en Bilbao, y gozó de la buena suerte de ser acogido y residir en un domicilio particular vivien– do, durante algún tiempo, como un miembro más de la familia, en cuyo seno pudo disfrutar de una sincera y cordial amistad. En 1937 pasó al convento de Santander; en 1945 al de La Coruña y en 1948 a Vigo. En todos ellos desempeñó el cargo de guardián, simultaneando las tareas que conlleva el estar al fren– te de una comunidad con la predicación y la pastoral sacramen– tal en el confesonario. Casi doce años pasó posteriormente en Jesús de Medinaceli (1951-1963), donde se le confió la delegación de la Obra Seráfica de Misas. Destinado a La Coruña en 1963, fue trasladado en el trienio siguiente a Valladolid con el cargo de vicario. Este peregrinaje por las diversas casas religiosas terminó en 1972 en San Antonio de Cuatro Caminos, donde residió hasta el final de sus días. No fueron demasiado llamativas las vicisitudes por las que pasó su estado de salud si exceptuamos algunos síntomas reu– máticos y circulatorios que le obligaron a pedir su traslado de La Coruña a Valladolid en 1966. Solamente cuando las limita– ciones propias de la edad le impidieron la autonomía de movi– mientos, se vio forzado a iniciar una etapa de su existencia más penosa, más aislada y más escondida. Con más de noventa años, y no sin alimentar la esperanza de que aquello sería pro– visional, fue ingresado en la enfermería de San Antonio en los primeros días de febrero de 1990. Insistentemente había advertido el cardiólogo sobre la nece– sidad de vigilar la hipertensión y braquicardia que padecía. Estos achaque se acentuaron en los últimos meses de su vida y 51

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