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Noviembre y siempre con fines apostólicos. Quizá las más frecuentes fueron algunas temporadas de «descanso espiritual» como asistente religioso en la «Ciudad Residencial» de Marbella (Málaga) y las realizadas a Madrid con motivo de los primeros viernes de marzo que se celebraban en la iglesia de Jesús de Medinaceli; y esto para seguir trabajando en su especialidad: atender a los fieles en el confesonario. Los últimos años fueron muy inclementes con la salud del hermano Jesús Hidalgo. No le impedían su principal ocupación en el convento; pero sí su movilidad y su apostolado en el exte– rior. La pérdida paulatina de la visión le fue conduciendo a una ceguera casi total. Sus movimientos en solitario se hicieron imposibles en el convento de Salamanca; un convento antiguo, con muchos rincones y con pocos espacios libres para transitar cómodamente sin ayuda de algún acompañante. A pesar de la ayuda caritativa prestada por la fraternidad, tuvo la desgracia de sufrir algunas caídas que contribuyeron a hacer más difícil todavía su movilidad. Estas circunstancias, uni– das a su avanzada edad, aconsejaron su traslado a la enferme– ría de San Antonio, donde ya se encontraba «provisionalmente» al celebrarse el Capítulo provincial de 1999. Su destino oficial continuó siendo la fraternidad de Sala– manca, pero no se pudo evitar su permanencia en la enferme– ría provincial, donde recibió la visita de la muerte el 17 de no– viembre de 2002. Le había tocado vivir el ocaso de su vida con los ojos prácticamente cerrados a las cosas de este mundo. Quizá me resulte un poco paradójico o contradictorio tener que presentar una vida tan rica en méritos en una reseña bio– gráfica tan pobre en hechos extraordinarios y tan parca en pala– bras; pero incluso en este toque de humildad, que se puede til- 502

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