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obispo de Salamanca. Residirá habitualmente en esa parroquia que se le ha encomendado. Pero en conversación personal con él, en mi estan– cia en Salamanca, le indiqué que esté en contacto con la fraternidad, la visite con frecuencia y dé cuenta al superior de las retribuciones que reciba, lo múmo que de los gastos, como cualquier otro miembro de la comunidad.» En el Capítulo de 1996 fue destinado al convento de Gijón, última estación de sus andares por este mundo. En la ciudad asturiana tuvo la ocasión de apurar sus esfuerzos vitales en labo– res menos comprometidas, aunque en la práctica se mantuvo alejado de responsabilidades ministeriales. Ya en 1977, tras su regreso de Australia, se había visto forza– do a visitar el hospital y pasar una larga temporada de descan– so, antes de incorporarse a la vida activa de apostofado <]lW le mantuvo operante en varias parroquias de Salamanca. Su salud no exteriorizaba signos especialmente graves para el desarrollo de su trabajo. Cuando fue trasladado a Gijón, en 1996, era un religioso octogenario lógicamente sensible a los retos que presenta una edad avanzada, incluso en las personas que gozan de buena salud. El hermano Manuel pasó la última temporada de su vida notablemente nervioso, acusando la existencia de una enferme– dad cardíaca compensada con la ayuda de un marcapasos. Aunque notablemente mejorado, no se le encomendó ninguna ocupación ministerial, por lo que se mantuvo libre de toda res– ponsabilidad. Sus paseos metódicos por la ciudad suponían para él un rito casi diario del que no prescindía ni siquiera ante las inclemen– cias de los agentes meteorológicos más adversos. Y como era de esperar, esta «sana costumbre» para mantenerse en forma le jugó también una mala pasada: en una de sus salidas, en pleno invierno, la machacona lluvia norteña sobre sus espaldas le pro- 45

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