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Conservó durante toda su vida una lucidez mental extraordinaria, una memoria privilegiada y una gran preocupación por todos los pro– blemas que afectaban a la Iglesia y a la Orden. Su inconfundible silueta de venerable capuchino, su presencia y buen hacer tanto dentro como fuera del convento, nos legan la imagen viva del religioso y apóstol que consumió su vida en aras de la propa– gación del Evangelio. No podemos prescindir en este lugar de las palabras con que él mismo nos hace el retrato de su fisonomía espiritual: «Muero agradecido a Dios que ha derramado sobre mí multitud de favores, comenzando por la salud. Muero agradecido a la vida donde hay tantas cosas bellas y personas a quienes debo mi amistad. Muero insatisfecho de mí mismo por multitud de fallos en todos los sentidos, esperando del Señor su infinita misericordia.» BIBLIOGRAFÍA: AP fol. 311; AO 1 (2000) 255; BOV 79 (1999) 37-46; FLASH 182 (1999) 47; VM 592 (1999) 4-9. 19

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