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Dedicó muchos ratos de su tiempo libre a «descansar traba– jando» en lo que fue una de sus pocas aficiones: la filatelia . Sin alardes, sin molestar, pidiendo sellos cuando se topaba en la correspondencia diaria de la casa con alguno interesante o aceptando los que voluntariamente se le ofrecían, llegó a con– feccionar una valiosa colección de la que se sentía muy complaci– do y enseñaba con orgullo a los que pasaban por su habitación. Cuando, sobre todo en verano, la falta de religiosos impedía el cuidado de los jardines, Máximo se encargaba gustoso de vigilar las macetas y regar las flores, impidiendo que los calores estivales arruinaran las plantaciones realizadas durante el año. La limpieza de algunas dependencias del convento más ase– quibles a sus posibilidades fue otra de sus aportaciones para hacer más confortable la vida de la comunidad. Era frecuente verle en los pasillos con los utensilios de la limpieza en sus manos: el trabajo era lento, pero el resultado quedaba garanti– zado. R egordete, de baja estatura, con un andar fatigoso y una mirada pícara iluminada con un matiz de disimulada ironía. .. , su porte fisico no contribuía demasiado para incitarle a un exhibicionismo de pasare– la; pero tampoco significaba para él un problema vital. Dentro de su porte humilde y sin posibles ambiciones de presunción albergaba un alma simple, pero noble y buena. Era muy parco en la conversación; solamente cuando versaba sobre temas relacionados con su trabajo o sus aficiones se manifestaba un tanto locuaz y distendido. T,P gustaban los toros; la rnnümplación de las corridas en la televi– sión era probablemente su forma exclusiva de diversión. En este caso sí hablaba con animación del tema, porque estaba seguro de conocer el historial de los toreros como si fuera la vida de los santos. 175
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