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Abril saltos. También fue operado de una hernia que se le reproducía cada cierto tiempo y le obligó a someterse a varias intervencio– nes quirúrgicas. Estos desgastes físicos fueron incrementándose en El Pardo, mermando sus fuerzas y su dinamismo. Sin embargo, daba la impresión de que todos estos vaivenes en su estado de salud los iba superando. En cierta ocasión, a altas horas de la noche, fue necesario avisar al médico. Después de tomarle la tensión y la temperatura, y darle un repaso de preguntas sobre el lugar en que se localizaban sus dolencias, Máximo se limitó a contestar: «A mí no me duele nada, pero yo sé que no estoy bien, no me encuentro bien». En abril de 1993 fue operado de próstata en la clínica de La Milagrosa (Madrid), y después de unos días de recuperación en la enfermería de San Antonio regresó a El Pardo. Esta opera– ción le acarreó diversos malestares, quejándose frecuentemente de las secuelas e incomodidades que sufría después de la ope– ración. A pesar de las constantes visitas del médico, su estado físico se fue menoscabando hasta que, el 23 de junio de 1997, ingresó definitivamente en la enfermería provincial. Durante los tres últimos años quedó muy limitada su movi– lidad, debiendo hacer uso de una silla de ruedas. Sus pulmones funcionaban cada vez peor, y posiblemente el asma que padecía desde hacía bastantes años fuera la causa última de su falleci– miento que tuvo lugar en la noche del día 11 de abril de 2000. Sus restos fueron trasladados a El Pardo para recibir cristiana sepultura en el cementerio situado en las inmediaciones del convento. Máximo fue un religioso que trabajó con espíritu de servicio en las faenas domésticas más humildes, pero no por ello menos necesarias para el correcto funcionamiento de la comunidad. 174

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