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Abril fruto de su trabajo los sinsabores de los estudiantes en una época no de hambre, pero sí de carestía y no sobrados recursos materiales! Máximo llegó a ser un versado conocedor de todos los tru– cos empleados en el arte de la apicultura. Con más de sesenta colmenas en explotación, con una máquina casi artesanal para refinar y una gran dosis de paciencia y de cariño en su queha– cer diario, proporcionaba a los seminaristas dos mil kilos de miel que consumían casi a diario en sus meriendas. Quería, mimaba, casi hablaba con las abejas, como aquel San Francisco que mandaba ponerlas miel y «el mejor vino para que en los días helados del invierno no se murieran de hambre» (II Cela– no, 165). Y ellas sabían agradecer estos cuidados. Una sorpresa no demasiado agradable debió suponer para él la noticia de su traslado al convento de León, donde llegó en el mes de enero de 1964. Su trabajo en El Pardo era muy bueno; pero otras necesidades inclinaron a los superiores a tomar esta decisión. En León, con una comunidad numerosa que rondaba el número de setenta religiosos entre profesores, estudiantes teó– logos y hermanos no clérigos, se requería una persona encarga– da de los trabajos en la despensa y el comedor. Nuestro herma– no parecía muy adecuado para ejercer estos menesteres y fue seleccionado para hacerse cargo de los mismos. No tardó en aclimatarse a esta nueva situación y muy pronto estaba desem– peñando con entusiasmo el trabajo en esta parcela, que ya había atendido anteriormente durante su estancia en El Pardo. En 1975 cumplió las bodas de plata religiosas y tuvo, con este motivo, la oportunidad de que se cumpliera una de sus apetencias más ansiadas: conocer Roma y los lugares francisca- 172
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