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Marzo La figura del padre Carrocera se había hecho inseparable del convento de Medinaceli, donde residió más de sesenta años. Aquí fue destinado nuevamente en 1966 y aquí permanecería hasta la muerte consumiendo los días en su labor de investigación. El estado de salud de nuestro biografiado fue siempre envi– diable, incluso a los noventa años, aunque ya desde su juventud había sufrido dificultades en la vista que no menoscabaron su trabajo de investigación. La situación dio un vuelco en noviembre de 1979, cuando hubo de someterse a una operación quirúrgica motivada por desprendimiento de retina. Se repitieron varias veces estas ope– raciones y, adicionalmente, otra de cataratas. Su capacidad de visión quedó reducida al mínimo. En semejante estado no cabían otras consecuencias que las derivadas de toda degradación visual: limitaciones en la movi– lidad, dificultad para la realización de trabajos manuales e imposibilidad, casi total, para seguir el ritmo de su labor como escritor e investigador. Estas deficiencias trató de suplirlas con una mayor atención a las personas que solicitaban su ayuda espiritual. En otros aspectos, su salud era buena y no dejaba entrever síntomas de alteraciones graves. Pero tarde o temprano la edad vocea sus exigencias y de forma inesperada puede generar sustos y sobresaltos. A media– dos de marzo de 1999 manifestó a algún religioso que su esta– do de salud no era bueno: el médico diagnosticó una fuerte gripe y gran debilidad en el corazón. El 24 de marzo fue ingre– sado en la enfermería provincial para facilitar su vigilancia y realizar los análisis oportunos; pero no hubo tiempo para más, porque el día 26 dejaba la vida terrenal. Nunca quiso causar molestias y así, también sin causarle molestias, quiso visitarle la hermana muerte. 146
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