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cir, el prestigio de la Universidad de Salamanca a la que amaba y llevaba entrañablemente en su vida. Siempre fue una digna representación de su tradicional y rico magisterio. Aunque oficialmente era catedrático de historia de la filoso– fía, se le confió en varias ocasiones la explicación de otras disci– plinas, impartiendo cursos de pedagogía, teología, historia del pensamiento hispánico y filosofía de la historia. Por si fuera poca su actividad docente en la Universidad Pontificia, hubo de hacer frente también a diversos compromisos en la misma ciu– dad de Salamanca, impartiendo cursos en el CES y en el cole– gio El Salvador, de vocaciones tardías. Es verdad que en el aspecto científico, a medida que pasa– ban los años, iba adquiriendo mayor consistencia, solidez y prestigio; pero en el aspecto físico también dejaban su huella, marcando progresivamente de forma lenta, pero continua, una desaceleración en su productividad intelectual. Durante toda su vida había disfrutado de una salud envidia– ble, como si el optimismo que alentó siempre su espíritu hubie– ra servido para mantener la vitalidad en su cuerpo. Pero el «todo pasa» del filósofo griego era el anuncio teórico que se confirma con la palpable realidad de que, en verdad, «todo lo contingente acaba». En 1995 comenzó a sentir ciertas molestias en la próstata que le obligaron a someterse a una intervención quirúrgica. Gracias a una medicación adecuada, su salud se pudo mantener en un estado aceptable durante algunos años, hasta que la metástasis se fue instalando en diversos órganos vitales. El 26 de abril de 1999 fue ingresado en la enfermería de San Antonio para ser operado de colon, continuando, siempre ilusionado con su trabajo, en el ejercicio de la actividad intelec– tual que su estado de salud le permitía. 101
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